Sentado en el sofá del consultorio, Gustavo analizaba las ideas en su cabeza.
“¿De qué te gustaría hablar hoy?” preguntó Estefanía, su psicóloga.
“Doctora, hace tanto tiempo que no sé de usted,” dijo Gustavo. “Me gustaría que sepa lo importante que ha sido para mi conocerla.”
“Tranquilo,” dijo Estefanía, “estoy aquí para ayudarte. Pero, dime. ¿Qué te trae por aquí el día de hoy?”
“No sé, verá. Siento que estoy cayendo en un agujero de tristeza. Es difícil de explicar, no tengo una razón para estos sentimientos. Solo estoy irritable, no soporto ni una pequeña crítica.
“Resulta que ayer hablé con mi mujer, y ella cree en esto de las estrella y los astros. Pues, según la alineación de los planetas,” él dijo haciendo comillas con las manos, “estoy sentimental. ¿Y sabe qué? Me parece que eso es lo que me pasa, la depresión y las iras son porque estoy sensible. No sé si me hago entender.
“Es como que cualquier pequeño desajuste en mis planes de felicidad,” él dijo volviendo a dibujar comillas en el aire, “me hace pensar que todo está mal.”
“Interesante,” dijo Estefanía. “Pero, ¿a qué te refieres con todo.”
“Usted sabe, el plan del destino.”
“¿Crees que tu vida está escrita?”
“Se me hace difícil hablar de esto, pero sí.”
“¿Qué tal si estás equivocado?”
“Eso es imposible,” dijo Gustavo.
“¿Cómo puedes estar seguro?”
“Pues,” dijo Gustavo. “Solo existen dos opciones para saber si el destino existe. La una es que hay un Dios todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, y conocedor de lo que está por pasar; en ese caso el destino está escrito y únicamente podemos viajar a través del tiempo. La otra es que no exista un dios y seamos nosotros los que escribimos la historia de la existencia.”
“Entonces, ¿crees en un dios?”
“Es la mejor de dos malas opciones.”
“Interesante, pero volviendo a tu problema actual. ¿Por qué crees que el destino tiene que llevarte por un camino en el que siempre te encuentre bien?” preguntó Estefanía.
Gustavo levantó la mirada, intentando entender la idea que lo llevó a pensar que todo debía ser positivo. Era ridículo, desde luego. La vida te presenta las oportunidades y uno debe escoger la mejor entre dos malas opciones.