Relato Corto Blog de Ficción

Puertas de Esperanza

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Dejando que las tinieblas caigan a sus espaldas, caminando despacio por lo que parece ser un camino de regreso a casa. William intentaba recordar el lugar en el que se encontraba. Las densas nubes blancas cubrieron el lugar demasiado rápido, y todo pareció ser parte de un laberinto para el que no estaba preparado.

Hace pocas horas, la luz del sol todavía iluminaba las maravillas de la naturaleza—ahora solo se podía apreciar el vapor que salía de su boca.

Estoy perdido, pensó al notar que las oscuras nubes cubrían por completo el cielo. Debo encontrar un lugar para cubrirme de la lluvia.

Claro que las primeras gotas ya se habían estrellado contra su cuerpo, y la posibilidad de sobrevivir la noche continuaba disminuyendo.

La montaña es traicionera para los que no están atentos a sus señales. Hoy debía ser un día para relajarse, aunque William había olvidado todos los problemas que le esperaban de regreso en la ciudad—su única preocupación se encontraba en el presente.

Quizá esto fue lo que tanto le pidió al universo, repitiendo en su mente, una y otra vez la necesidad de apartarse de sus problemas actuales. La vida le dio lo que tanto deseaba en forma de castigo.

William se movía con prisa a través de los arbustos de un bosque desconocido. Intentando inútilmente encontrar un lugar para protegerse de la lluvia. Para su sorpresa, la colina le tenía preparado un túnel abandonado donde podría esconderse de la lluvia, aunque no era el único buscando refugio.

Incluso en un bosque tan cercano a la ciudad, la naturaleza encontraba la forma de expandir su dominio. Pese a eso, William encontró tranquilidad al ver una cueva perfectamente circular a la distancia, y sin pensar en los riesgos entró en ella.

El túnel parecía una construcción humana sin un fin aparente. Quizá se trate de un ducto para prevenir deslaves en caso de fuertes lluvias, William no podía estar seguro. La luz solo alcanzaba unos metros de la cueva artificial, más allá se podía apreciar un vacío tenebroso. Incluso los sonidos parecían reaccionar de formas a las que uno no está acostumbrado.

William no quiso inspeccionar la cueva, quedándose únicamente en la entrada para cubrirse de la lluvia—intentando no mirar a la profundidad que parecía llamarlo. Le fue imposible quedarse tranquilo sin saber que algo más podría encontrarse en la oscuridad. Así que tomó su teléfono móvil y encendió su linterna.

Acostado contra la pared del túnel se encontraba una criatura de piel desnuda, brazos largos y delgados—con las ojeras profundas de un cadáver. William pestañeó, sosteniendo su respiración al notar lo cerca que se encontraba. Para su sorpresa, la figura desapareció.

Tengo que salir de aquí, se dijo a sí mismo, girando para ver a la lluvia caer con fuerza.

«¿A dónde piensas ir?»

La grave voz llegó de repente. William perdió el control de su cuerpo, incluso intentó gritar, pero el miedo lo mantuvo congelado por lo que pareció una eternidad. Una vez que pudo recuperar el control de su respiración, William giró lentamente para enfocarse en el interior de la cueva.

Nada…

Todo está en mi cabeza, pensó para tranquilizarse. Mientras su cuerpo temblaba sutilmente.

Un par de ojos brillantes aparecieron al fondo del túnel. William levantó su celular para iluminar, pero no encontró a la criatura.

Ya debería tener señal, pensó al mirar la pantalla de su celular. Cuando un fuerte sonido, como el choque de dos rocas, llegó desde la profundidad del túnel.

Creo que prefiero la lluvia, pensó William al girar para salir de la cueva, y vio por primera vez a una pantera. El animal lo miraba con atención, caminando lentamente bajo la lluvia—mostrando sus poderosos músculos con cada paso.

La mente de William quedó en blanco, finalmente logró enfocarse en el presente. Una extraña sensación borró sus miedos, la idea de haberlo perdido todo. Lo único que quedaba era el presente.

Sin pensarlo, William corrió al interior del túnel—las oscuridad lo absorbió por completo y en un instante el suelo desapareció bajo sus pies. La caída parecía no terminar, pero William no era capaz de imaginar lo que pasaría cuando su cuerpo se estrelle en el fondo. De alguna forma, lo único que podía ver era el presente.

William sentía a su cuerpo volar a través de una oscuridad perpetua; flotando sobre un vacío sin fin. Hasta que, para su sorpresa, su espalda hizo contacto con una pared que poco a poco fue disminuyendo su velocidad y lo dejó, sin un rasguño, al pie de un tobogán de piedra.

Una luz que brillaba con fuerza lo cegó por un instante. William miró la fuente de resplandor y entendió, esta era la razón por la que sus antepasados escondieron los tesoros más preciados en el corazón de un volcán.

El conocimiento lo envolvió como una cascada de sabiduría estrellándose sobre su cabeza.

William abrió los ojos cuando el equipo de rescate lo aseguró en la camilla del helicóptero. Habían pasado dos semanas desde que se perdió en el frío páramo de las faldas del volcán, aunque para él fueron tan solo un par de horas.

Pocos conocen los secretos de nuestros ancestros, y pese a sus intentos, William no fue capaz de volver a encontrar la puerta del portal.

About the author

Sebastián Iturralde

Escritor de relatos enigmáticos, tejiendo narrativas cautivadoras que provocan el pensamiento y estimulan la imaginación. Revelando las profundidades de la experiencia humana a través de las palabras.

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