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La partida de ajedrez

diciembre 4, 2002

Me fui a vivir al barrio en vísperas de sus fiestas patronales. La animación era grande y el programa de actos interesante y exhaustivo. Un torneo de ajedrez entre vecinos me llamó la atención y decidí inscribirme. Conocía algo de este juego, originario de la India, que requiere ingenio y esfuerzo intelectual. Y había leído los dos sonetos de Borges llenos de simbolismo y bellas imágenes.

Un día antes del torneo, uno de los organizadores me dijo que había tenido mala suerte.

–Le ha tocado jugar con el «Campeón» –me comentó.

–¿El «Campeón»? –pregunté, extrañado.

–Lo llamamos así porque ha ganado los tres últimos torneos. Es imbatible –me aclaró.

–No importa. El riesgo y la dificultad me estimulan, y en cualquier caso no deja de ser un torneo amigable entre vecinos –le respondí.

El día de la partida, sorteadas las fichas, le tocó a mi competidor jugar con blancas, de lo cual me alegré. Cuando se decidía a comenzar la partida le hice un gesto con la mano para que esperara y le dije.

–Borges, refiriéndose a estas fichas, escribió:

No saben que la mano señalada
del jugador gobierna su destino,
no saben que un rigor adamantino
sujeta su albedrío y su jornada.

Me miró sorprendido y vi que le cambiaba el color de la cara, era visceral, tal vez pensó que quería distraerle. No dijo nada y con un gesto brusco movió el peón central dos casillas hacia delante. Yo me limité a repetir con mis fichas sus mismas jugadas, hasta la número cinco. En esa, me distraje al mirar a otro lado y no vi qué ficha había movido. Me puse a pensar un buen rato, de vez en cuando lo miraba a los ojos, lo veía nervioso, desosegado. A los veinte minutos justos tomé un caballo de los suyos y lo cambié de lugar, donde me pareció. Observé que tremolaba de rabia y le oí la voz por primera vez:

–¿Señor, ha pensado durante media hora para mover mi caballo?

Y sin esperar respuesta dio un manotazo sobre el tablero, más de la mitad de las piezas cayeron al suelo, se levantó y antes de irse me dijo:

–¡No hay madera!
Su tono de voz y el ruido de las piezas al caer alertaron a los demás jugadores, extrañados. Algunos asistentes y dos de los organizadores se acercaron a mi mesa.

–¿Qué ha pasado? –preguntaron intrigados.

–Algunas personas no saben perder, eso es lo que ha pasado –les contesté, sereno, sin levantar la voz.

La noticia se propagó por el barrio. El Comité Organizador descalificó al «Campeón» de por vida, a mí me dieron por ganador y me pidieron disculpas. Yo las acepté de buen grado y renuncié al torneo.

–Hay que ser coherente –les dije.

Ahora he adquirido cierta fama. Me llaman el «Profe» y a veces, al pasar, oigo que dicen:
–Es el que venció al «Campeón»…

Me han salido varias ofertas interesantes: representar a mis convecinos en un torneo provincial; dirigir una academia de enseñanza de ajedrez para adultos; jugar unas simultáneas con representantes de otros barrios del pueblo, etc.

Lo estoy pensando.

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