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Un tiburón en la piscina

diciembre 4, 2002

Así fue la historia de Martin Hilari hasta donde logro recordar. Él era un miedoso. Le temía a un tiburón. Desearía acordarme de todo lo que me contó ya que me dejó sorprendido aquella vez, pero mi memoria es frágil. Os contaré hasta donde recuerdo y os llevaré hasta donde queráis llegar.

1999
Fue el verano de 1999 cuando Martin Hilari cumplía un año más,
ahora tenia ocho. Por lo general los niños son felices el día de su cumpleaños, pero Martin lloraba, no porque no hubieran invitado a sus amiguitos de la escuela o por no traerle el regalo que había pedido. (El niño comprendía que no se puede tenerlo todo en la vida). Sin embargo, no lloraba por algo que un niño corriente podría hacer berrinche por semanas. Martin le tenia miedo a una sola cosa y no era al año 2000 que para entonces era considerado el fin del mundo y muchos niños a quienes les habían leído la biblia imaginaban como los cuatro jinetes del apocalipsis bajaban del cielo y mataban a sus familias, pero Martin tenia miedo al gran tiburón blanco.

1998
En 1975 Steven Spielberg sorprendió a muchas personas con su película JAWS o en español Tiburón. En 1998, Spielberg, por error, sorprendió a un pequeño niño de siete años (digo por error porque fue eso).
Jack Hilari era el hermano mayor de Martin, un adolecente que vestía de negro desde los pies a la cabeza y escuchaba música de rock, acostumbrado a su propio aroma, si hubiera sabido que le apestaban los sobacos hubiera comprado un buen desodorante. Una tarde cuando sus padres decidieron salir a comer algo y darse un tiempo de pareja, dejaron a Jack a cargo de la casa y de su pequeño hermano. Jack aceptó con la condición de que sus amigos viniesen a acompañarle. Los padres no objetaron nada ante aquella idea. El pequeño Martin tampoco se opuso (bueno, si le hubieran preguntado no lo hubiera hecho), era mejor su apestoso hermano a una niñera que se la pasara viendo televisión y golpeándolos. ¡Gracias a Dios Jack ya era mayor!
Pasada la hora, los amigos de Jack llegaron uno por uno. Joel fue el primero en llegar, tenia frenos enormes en la boca y en una mano traía una bolsa con latas de cerveza, luego explicó que no era tan difícil conseguir cervezas de la nevera de su padre. Jesús fue el segundo y el ultimo en llegar, con lentes gruesos y redondos, tanto que sus ojos se veían como pequeñas nueces, el traía un VHS. El pequeño Martin solo veía como los amigos chocaban sus cabezas en señal de amistad. Salto y choque. Martin no entendía porque ese trio pintoresco no era popular, hasta después de unos años mas adelante que lo comprendería a la perfección.
El alboroto no se hizo esperar. Eran THE CALL tocando THE WALLS CAME DOWN en la casa de los Hilari. Los chicos fingían tener guitarras entre las manos y cantaban desafinados en la sala.
—Ahora, nos convertiremos en hombres —dijo Jack mientras abría una lata de cerveza y la levantaba.
—El Váhala nos espera —Joel hizo lo mismo.
Las dos latas se abrieron con el mismo sonido Tishhh, dos sonidos limpios, pero Jesús tenia problemas. El Tishhh sonó estaba vez como Tushhh. Cuando Jesús abrió la lata de cerveza le explotó sobre la cara y la camiseta verde que traía puesta.
—¡¿Qué haces soquete?! —le gritó Jack preocupado. —La alfombra de mis padres.
—Gracias, gracias…por preocuparte por mi —dijo Jesús mientras limpiaba la espuma de sus gafas.
El pequeño Martin solo reía mientras los espiaba.
—Ahora si. Nos convertiremos en hombres —dijo Jack levantando nuevamente su lata de cerveza después de haber limpiado la alfombra.
Jesús y Joel cogieron sus latas y las levantaron. Se veían cansados. Los chicos se miraron unos a los otros.
—¿Y bien? —preguntó Joel —¿Lo harán o no?
—Yo esperaba que Jack lo haga primero —dijo Jesús.
—Ok, vamos a hacerlo tontos.
Jack puso la lata sobre sus labios y sus amigos le siguieron. Empezaron a tomar la cerveza con los ojos bien cerrados. Cuando terminaron se quedaron en silencio saboreando sus bocas. Era amargo y para nada como habían imaginado.
—¿Esta cosa que es?
—Mierda, eso es.
—Era de esperarse que los vírgenes no sientan el sabor —dijo Joel levantando los hombros.
Jack y Jesús vaciaron sus latas en el fregadero. Joel los siguió después.
Defraudados prendieron la TV y vieron la película que Jesús había traído. Era la de Tiburón.
—Espero que tengan puestos sus pañales bebes, se van a cagar de miedo —dijo Jesús mientras ponía la película.
Fueron dos horas de película. Los tres chicos se estiraron y rieron. Daban sus teorías de como debió haber terminado realmente.
—Hubieran usado veneno en el cebo.
—No seas tonto Joel ¿y si no moría?
—Por lo menos hubieran intentado.
—¿No les dan ganas de ir a playa y ver una mujer desnuda bañándose? —dijo Jack.
Los tres tontos rieron ante cada comentario que hacían. Esa noche la película nos les había causado miedo, pero si pesadillas. A quien si le asustó fue al pequeño Martin que casualmente se llamaba como un personaje de la película. Cada célula de su cuerpo temblaba, había visto todo desde detrás de la puerta…espiar a su hermano esta vez no fue una gran idea.
—¿Oye y tu hermanito? —preguntó Jesús.
—¡Maldición! El tonto —Jack golpeó su frente y fue en busca de su hermano.
El niño al escuchar, subió las escaleras como un cohete. Corrió hasta su dormitorio metió entre sus sabanas y cerró los ojos. Jack llegó a la habitación de su hermanito y lo vio dormir. Suspiro aliviado. Hoy había hecho un buen trabajo de niñero…o eso creyó.
Martin no pudo dormir esa noche pensando en el enorme tamaño del tiburón blanco, en sus dientes, maldita sea, sus dientes.

1999
Hasta el día de su cumpleaños no pudo dejar de temerle al tiburón. Ahora estaba llorando. Sus padres habían hecho poner una piscina en el patio trasero. Eran la envidia de todo el vecindario y familiares. Sin embargo, Martin creía que era una maldición, una mala broma de Dios.
Sus piernas flacuchas no se movían, la piscina (el agua en realidad) le daba miedo, juraba que podía ver la aleta del tiburón.
El día de su cumpleaños, hubo fiesta de piscina, payasos, piñata, globos y…el tiburón. Martin gritó tan fuerte como una niña y lloró, lloró hasta quedar sin aliento, lloró hasta que se hizo conocer en la escuela como “cara de moco” y no era para menos. El cumpleaños se llevó acabo, pero sin el cumpleañero. Fue costosa así que continuaron festejando.

1999/10
Los niños y niñas fueron crueles después de ese día. Nadie quería ser amigo de un marica. El intentaba jugar a las atrapadas, intentaba correr con ellos, pero solo él hacia el intento, los demás no le hicieron caso.
Cuando le tocó exponer frente a todo su curso sobre los continentes del mundo, se había preparado muy bien.
—América, África, Asia, Europa y Oceanía, América, África, Asia, Europa y Oceanía —repetía en su mente. Estaba listo y lo haría bien.
Se paró en frente a todos y los miró. Los niños le veían como si fuera un bicho raro. Fue entonces cuando uno de los niños del salón llamado Marco le grito ¡miren a Cara de moco!
—Marco, si sigue mostrando esa actitud tendré que pedirte que te retires —la maestra le dijo con tono amenazante. —puedes continuar Martin.
Martin se disponía a explicar todo lo que había memorizado, las palabras estaban apunto de deslizarse por su lengua hasta que miró a la maestra. La maestra era una mujer de mediana edad bastante atractiva, pero ese día para Martin no lucia nada bonita, ella tenia cara de tiburón, eso era algo difícil de imaginar, pero su cerebro lo hizo, era una mujer con cabeza de tiburón. Martin empezó a titubear y enseguida a sudar.
—Martin, puedes continuar —dijo la maestra con cabeza de tiburón, mostraba sus dientes afilados.
El niño vio a sus compañeros, se arrepentiría después de haber hecho eso. Todos los niños de ese salón tenían dientes afilados, ojos pequeños y de un color tan negro que lucían vacíos. Las manos de Martin sudaban y su pecho se inflaba y se desinflaba con rapidez.
—¿Sucede algo Martin? —le preguntó la maestra.
Martin se asustó.
—¡Martin se esta orinando en los pantalones! —gritó Marco y el alboroto comenzó entre todos los niños del salón.
Martín sintió un liquido tan caliente mojarle la pierna, cuando miró lo que le había sucedido lloró y apretó los puños mientras cerraba los ojos con fuerza. Lloró entre las burlas de sus compañeros: ¡Se ha meado! ¡Olvidó traer su pañal!
El niño humillado corrió hasta salir del salón. Una nueva leyenda había nacido en la escuela: El niño que mojó los pantalones. Eso no pararía de ser noticia en los diferentes salones de la escuela. Al día siguiente, al mes siguiente…no dejaban de burlarse de Martin.

1999/12/29
Los meses pasaron y Martin cansado de las burlas de sus pequeños pero cruel compañero decidió no volver a la escuela. Se fue a un parqué y se quedo solo en un columpio, las cadenas chirriaban y el se balanceaba con la cabeza baja. El tiburón no dejaba de perseguirlo, estaba en la cara de su maestra, sus compañeros y hasta incluso en pelotas de futbol. Cómo olvidar cuando en un partido de futbol, Martin, no pudo patear la pelota por temor a ser mordido.
—Soy un tonto —el niño suspiró.

Cuando Martin regresó a casa se encontró con Jack. No hace mucho Jack había escuchado los rumores en la escuela y trataba de ayudar a su hermano. Puso su mano sobre la cabeza de Martin y le preguntó.
—¿A qué le temes?
—¿También te burlaras?
—Nada de eso, yo quiero ayudarte.
Martin dudo un poco después de unos segundos movió los labios.
—Son tiburones —miró el suelo, —con grandes dientes.
Jack sonrió. Lo cierto es que Jack era un apestoso y hasta cierto punto un imbécil, sin embargo, era un buen hermano. Jack fue hasta su habitación y sacó un pequeño gorro en forma de tiburón, su gorro era de peluche, no recordaba porque lo había comprado. Le puso el gorro a su hermanito y lo empujó hasta el patio. El niño se espantó al ver la piscina, tan grande y profunda y por ende imponente. Trató de retroceder, pero Jack le empujó hacia adelante.
—Mira, mira —dijo Jack señalando el agua.
Martin vio el agua y allí estaba, rodando por todo el ancho de la piscina, el tiburón nadaba esperando a su presa. Claro que todo estaba en la cabeza del niño, pero eso no le impedía a tenerle un miedo.
—Eres tú Martin, eres solamente tú.
Martin vio su reflejo, era él con un gorro de tiburón. Pero otra vez el enorme animal distrajo su atención.
—Debes acabar con tu monstruo, tú debes ser como Martin Brody o mejor…debes ser la botella presurizada, la que hace volar al tiburón en mil pedazos.
—No puedo Jack, yo soy Martin Hilari.
—Que ellos no te ganen, ellos deberían tenerte miedo a ti.
—No puedo, no puedo.
—Lánzate a los dientes de ese devorador de hombres.
—No, no puedo —Martin empezó a llorar.
—¡Entonces solo eres una cara de moco cobarde!
—No lo soy.
—¡Lo eres!
Martin vio a la monstruo a los ojos y luego vio su rostro reflejado en el agua.
—¡No soy un cobarde! —gritó Martin y saltó a la boca del tiburón. El monstruoso animal abrió su gigantesca boca y saco a relucir sus dientes para tragarse al niño.
El tiburón estalló en mil pedazos como unos fuegos artificiales en el cielo de año nuevo cuando tocó a Martin.
Martin sacó la cabeza del agua y froto sus ojos. El tiburón ya no estaba, se había ido, o mejor, había desaparecido. Jack saltó al agua después.
—¿Estas bien?
—Sí, lo estoy.
—¿Y el tiburón?
—Se ha ido.
—Me alegro.
Martín estaba más tranquilo mientras pataleaba en el agua.
—Te lo dije, tú eres el tiburón.
Los hermanos sonrieron y empezaron a chapotear en el agua, jugaron toda la tarde. Ya cuando llegó la noche salieron de la piscina.
—Faltan dos días para el fin del mundo —dijo Jack.
—¿Le tienes miedo a eso?
—No.
Jack miró el cielo.
—Solo nos queda contar las horas.

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