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Misterio

diciembre 4, 2002

No hay nada más misterioso
Que lo cotidiano

Sentada frente a la mesa del comedor contemplaba absorta aquel escenario, dando intermitentes caladas a un cigarro que ahora descansaba sobre el cenicero de colores. Ahora así, con los brazos cruzados y sosteniendo el cigarrillo en uno de sus dedos miraba aquel decrépito puzzle que hacía años alguien que ya no recordaba le había regalado. ¡Mierda de puzzle!, se dijo. Quién sabe por qué, después de tanto tiempo, hace unas semanas, revolviendo en el armario, lo había encontrado. Estaba todavía con el celofán puesto, ni siquiera se lo había sacado. Contempló con curiosidad aquella caja que rezaba: “5.000 piezas”, y la fotografía de una joven sonriente que no reconocía. Un poco por procurarse alguna ocupación, se había dispuesto a armarlo. De eso hacia ya un par de semanas, y hoy el puzzle descansaba sobre la mesa del comedor. A medio hacer, dibujando una nariz que era todo a lo que había logrado llegar el primer día. ¡Mierda puzzle!, se repitió, ¿dónde demonios irá esta pieza?. Una pieza color carne, anónima, desagradecida, que podía corresponder a cualquier parte de esa cara. ¿Y esta otra?, una pieza color marrón, que podía pertenecer a cualquier fragmento diminuto, microscópico, de cabello. ¡Demonios!. Le dio un trago al café que se había quedado frío en la taza. Y siguió pensando. Así inmóviles y quietas, cada pieza de aquel puzzle parecía hablarle con voz propia. Una le gritaba: Soy un ojoooooooooooo. Y otra le decía muy tímida: Soy un labiooooooooo. Pero todas callaban las muy traidoras en cuanto las agarraba con los dedos y se disponía a colocarlas donde quiera que le hubiesen dicho que iban. Así era imposible. Las piezas enmudecían en cuanto las sostenía. Imposible, imposible del todo.

Se levantó. Dio unas vueltas por todo el cuarto. Y se puso a hacer otras cosas por la casa. Colgó unos posters que recién acababa de comprar. Luego fue a la pila, miró la loza por fregar y desistió de la idea. Regresó al puzzle, que seguía allí, retándole. ¡Mierda puzzle!. Era evidente que era un puzzle defectuoso, como la vida misma, en el que las piezas no encajaban ni a golpes. Cogió una y la encajó precisamente así, a golpes con el puño. Y siguió en su empeño con el resto de piezas, encajándolas a la fuerza. Y el puzzle resistiéndose como un bellaco a tal violentación. Hasta que ya por fin, presa de un súbito ataque de ira, Cristina agarró el puzzle y lo deshizo crispada. Cogiendo a puñados las piezas y metiéndolas de nuevo en la caja. Abrió el balcón y las lanzó por la ventana. Viendo como el viento hacía descender una cascada de piezas puzzle que cayeron ligeras y en lluvia a la calle. Así cerró la ventana de golpe y se olvidó de la cuestión.

Más abajo, en la calle, otra chica que estaba paseando vio las piezas extendidas en los adoquines y pensó: ¡Mira, como la vida misma!. ¡Piezas sueltas que no encajan!. Y sonrió con las comisuras de los labios.

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