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Tener y ser en la experiencia cotidiana

diciembre 4, 2002

Como la sociedad en que vivimos se dedica a adquirir propiedades y a obtener ganancias, rara vez vemos una prueba del modo de existencia de ser, y la mayoría considera el modo de tener como el modo más natural de existir, y hasta como el único modo aceptable de vida. Esto hace especialmente difícil comprender la naturaleza del modo de ser, y hasta entender que tener sólo es una de las posibles orientaciones. Sin embargo, estos dos conceptos están enraizados en la experiencia humana. Ninguno debe ni puede examinarse de manera puramente abstracta e intelectual; ambos se reflejan en nuestra vida cotidiana y deben tratarse concretamente. Los siguientes ejemplos bastante sencillos de cómo tener y ser aparecen en la vida cotidiana pueden ayudar a los lectores a comprender estos dos modos de existir.

EL APRENDIZAJE

En el modo de existencia de tener los estudiantes asisten a clases, escuchan las palabras del maestro y comprenden su estructura lógica y su significado. De la mejor manera posible, escriben en sus cuadernos de apuntes todas las palabras que escuchan; así más tarde podrán aprender de memoria sus notas y ser aprobados en el examen; pero el contenido no pasa a ser parte de su sistema individual de pensamiento, ni lo enriquece ni lo amplía. En vez de ello, los alumnos transforman las palabras que oyen en conjuntos fijos de pensamientos o teorías, y las almacenan. Los estudiantes y el contenido de las clases continúan siendo extraños entre sí, pero cada estudiante pasa a ser propietario de un conjunto de afirmaciones hechas por alguien (que las creó o las tomó de otra fuente).

En el modo de tener, los estudiantes sólo tienen una meta: retener lo «aprendido». Con este fin lo depositan firmemente en su memoria, o lo guardan cuidadosamente en sus notas. No deben producir ni crear algo nuevo. De hecho, los individuos del tipo de tener se sienten perturbados por las ideas o los pensamientos nuevos acerca de una materia, porque lo nuevo los hace dudar de la suma fija de información que poseen. Desde luego, para quien tener es la forma principal de relacionarse con el mundo, las ideas que no puede definir claramente (o redactar) le causan temor, como cualquier cosa que se desarrolla y cambia y que no puede controlarse.

En el modo de ser, el proceso de aprender es de una calidad enteramente distinta para los estudiantes en su relación con el mundo. En primer lugar, no asisten a las clases, ni aun a la primera clase, con la mente en blanco. De antemano han pensado en los problemas que se tratan en las clases, y tienen en mente ciertas cuestiones y problemas propios. Se han ocupado del tema, y les interesa. En vez de ser recipientes pasivos de las palabras y de las ideas, escuchan, oyen, y lo que es más importante, captan y responden de manera productiva y activa. Lo que escuchan estimula la actividad de su pensamiento. En su mente surgen nuevas preguntas, nuevas ideas y perspectivas. Para ellos oír es un proceso vital. Escuchan con interés lo que dice el maestro, y espontáneamente le dan vida a lo que oyen. No sólo adquieren conocimientos que pueden llevar a casa y recordar. El estudiante se siente afectado y cambia: es distinto después de la clase. Desde luego, este modo de aprender sólo puede existir si la clase ofrece material estimulante. En el modo de ser, la charla vacía no ayuda, y en estas circunstancias, en el modo de ser, los estudiantes descubren que es preferible no oír, y concentrarse en sus propios pensamientos.

Por lo menos de paso debemos referirnos a la palabra «interés», que en el lenguaje común se ha vuelto una expresión pálida y desgastada. Sin embargo, su significado esencial se encuentra en su raíz latina: inter-esse, «estar en [o] entre». Este interés activo se expresaba en el inglés antiguo con el verbo «to list!’ (adjetivo, listy; adverbio, listily). En el inglés moderno, «to list» Sólo se usa en el sentido espacial: «A ship lists» (un barco se, inclina a la banda); el significado original en el sentido psíquico sólo queda en la forma negativa «listless» (indiferente). «To list» en una época significó «esforzarse activamente», «estar genuinamente interesado. La raíz es la misma que la de ‘lust» (codicia), pero «to list’ no es una codicia que arrastra, sino un interés o esfuerzo activo y libre. «To list» es una de las expresiones básicas del autor anónimo (de mediados del siglo xiv) de The Cloud of Unknowing (Evelyn Underhill, ed.). Que el lenguaje sólo haya conservado la palabra en su sentido negativo es característico del cambio de espíritu de la sociedad desde el siglo XIII hasta el xx.

LA MEMORIA

La memoria puede ejercerse en el modo de tener y en el de ser. Lo más importante para la diferencia entre las dos formas de recordar es el tipo de relación que se hace. En el modo de tener, recordar es una relación enteramente mecánica, como cuando la relación entre una palabra y la siguiente está firmemente establecida por la frecuencia con que aparece; o las relaciones pueden ser puramente lógicas, como la relación entre los opuestos, o entre conceptos convergentes, o de tiempo, espacio, tamaño, color, o dentro de un sistema dado de pensamiento.

En el modo de ser, se recuerdan activamente las palabras, las ideas, las escenas, las pinturas, la música; o sea, se relaciona un dato sencillo que se recuerda con muchos otros datos con los que éste tiene relación. En el caso de ser, las relaciones no son mecánicas ni puramente lógicas, sino vitales. Un concepto se relaciona con otro mediante un acto productivo de pensar (o sentir) que se realiza cuando se busca la palabra exacta. Un ejemplo sencillo: si asocio la palabra «dolor» o «aspirina con «dolor de cabeza!’, me refiero a una asociación lógica y tradicional; pero si asocio la palabra «tensión» o «ira»: con «dolor de cabeza’, relaciono el dato con sus posibles consecuencias, y obtengo este conocimiento estudiando el fenómeno. Este último tipo de memoria constituye en sí un acto de pensamiento productivo. El ejemplo más notable de este tipo de memoria vital es la asociación libre descubierta por Freud.

Los que no se sienten inclinados a almacenar datos reconocen que su memoria, para funcionar bien, necesita un interés poderoso e inmediato. Por ejemplo, se sabe de individuos que recordaron palabras de una lengua extranjera aunque hace mucho la habían olvidado, cuando tuvieron la necesidad vital de hacerlo. Por experiencia sé que, aunque no estoy dotado de muy buena memoria, recuerdo el sueño de alguien que he psicoanalizado dos semanas o cinco años antes, cuando de nuevo me enfrento y me concentro en toda la personalidad de ese paciente; pero, cinco minutos antes, en frío, por decirlo así, no puedo recordar ese sueño.

En el modo de ser, recordar implica dar vida a algo que vimos u oímos antes. Podemos ejercitar esta memoria productiva tratando de imaginar la cara de una persona o un panorama que vimos en el pasado. No somos capaces de recordar instantáneamente en ambos casos; debemos recrear el sujeto, darle vida en nuestros pensamientos. Este tipo de memoria no siempre es fácil; para recordar plenamente una cara o un panorama debemos haberlas observado con suficiente concentración. Cuando se logra plenamente esta manera de recordar, la persona cuya cara se recuerda es tan viva, el panorama recordado tan vívido, como si la persona o el panorama realmente se encontraran físicamente presentes.

En el modo de tener, cómo se recuerda una cara o un panorama se caracteriza por la manera como la mayoría de la gente reacciona ante una fotografía. Ésta sólo sirve para ayudar a la memoria a identificar a una persona o un panorama, y la reacción usual es afirmar: «Sí, éste es», o «Sí, yo he estado allí». La fotografía se convierte, para la mayoría de la gente, en una memoria enajenada.

El recuerdo que se confía al papel es otra forma de memoria enajenada. Cuando escribo lo que deseo recordar, estoy seguro de tener esa información, y no trato de grabármela en la memoria. Estoy seguro de mi posesión; pero cuando pierdo mis notas, también olvido la información. Pierdo mi capacidad de recordar, porque mi banco de memoria (mis notas) se ha convertido en una parte externalizada de mí.

Debido a la multitud de datos que en nuestra sociedad contemporánea necesitamos recordar, es inevitable tomar apuntes y recurrir a la información depositada en los libros; pero la tendencia a no ejercitar la memoria está aumentando más allá de toda proporción razonable. Se puede, observar fácilmente que cuando apuntamos las cosas disminuye nuestra capacidad de recordar; algunos ejemplos típicos pueden resultar útiles.

Un ejemplo cotidiano se advierte en las tiendas. Hoy día el empleado o la empleada de una tienda rara vez hacen de memoria una suma sencilla de dos o tres cantidades, sino que inmediatamente se vale de la máquina. El aula ofrece otro ejemplo. Los maestros pueden observar que los estudiantes que escriben cuidadosamente todas las palabras de una clase, muy probablemente comprenden y recuerdan menos que los alumnos que confían en su capacidad de comprender y, por consiguiente, de recordar al menos lo esencial. Además, los músicos saben que los que más fácilmente leen una partitura tienen más dificultad para recordar la música sin ella. (Toscanini, cuya memoria era extraordinaria, es un buen ejemplo de un músico con el modo de ser). Daré un último ejemplo: en México he observado que los analfabetos o los que saben escribir muy poco tienen mejor memoria que los habitantes cultos de los países industrializados. Entre otros hechos, esto sugiere que saber leer no es una bendición, como se asegura, especialmente cuando se usa este conocimiento sólo para leer materiales que disminuyen la capacidad de experimentar y de imaginar.

LA CONVERSACIÓN

La diferencia entre los modos de tener y ser puede observarse fácilmente en dos ejemplos de comunicación verbal. Imaginemos una discusión típica entre dos hombres, en la que A tiene una opínión X, y B tiene una opinión Y. Cada uno se identifica con su propia opinión, y desea encontrar argumentos mejores, o sea más razonables para defender su opinión. Ninguno espera cambiar su propia opinión, ni la de su oponente. Cada uno teme modificar su opinión, porque es una de sus posesiones y perderla significaría empobrecerse.

La situación es distinta en una conversación que no pretende ser un debate. ¿Quién no ha sido presentado a una persona distinguida o famosa o hasta con cualidades reales, o a una persona de la que desea obtener algo: un buen empleo, ser amado o admirado? En estas circunstancias, muchos individuos suelen sentirse angustiados, y a menudo «se preparan» para el importante encuentro. Piensan en los temas que podrían interesar al otro; planean de antemano cómo podrán iniciar la conversación; algunos hasta determinan toda la parte que les corresponde de la charla. 0 pueden animarse recordando lo que tienen: sus éxitos pasados, su personalidad encantadora (o su personalidad: agresiva, si este papel es más eficaz), su posición social, sus relaciones, su apariencia y su traje. «En una palabra, mentalmente hacen un balance de su valor, y basándose en esta evaluación, exhiben sus mercancías en la conversación. El que es muy hábil en esto impresiona a muchas personas, pero la impresión causada se debe sólo, en parte al desempeño individual, y más bien a la pobreza de juicio de la mayoría de la gente. Si el actor no es tan bueno, su actuación parecerá rígida artificial, aburrida, y no despertará mucho interés.

En contraste, existen individuos que se enfrentan a una situación sin prepararse, Y no se valen de ningún recurso. En vez de esto, responden espontánea y productivamente; se olvidan de sí mismos, de sus conocimientos y de su posición social. Su ego no les estorba, y precisamente por ello pueden responder plenamente a la otra persona y a sus ideas, porque no se aferran a nada, y así pueden producir y dar. Mientras que en el modo de tener personas se apoyan en lo que tienen, en el modo de ser los individuos se basan en el hecho de que son, están vivos y que algo nuevo surgirá si tienen el valor de entregarse y responder.

Se entregan plenamente a la conversación, y no se inhiben, porque no les preocupa lo que tienen. Su vitalidad as contagiosa, y a menudo ayuda al otro a trascender su egocentrismo, Así, la conversación deja de ser un intercambio de mercancías (información, conocimiento status) y se convierte en un diálogo en gue ya no importa quién tiene la razón. Los duelistas comienzan a danzar juntos, y no se separan con un sentimiento de triunfo o de tristeza (igualmente estériles), sino de alegría. (El factor esencial en la terapia psicoanalítica es esta cualidad vivificante del terapeuta. Ninguna interpretación psicoanalítica servirá si el, ambiente psicoanalítico es pesado, aburrido y poco vital.)

LA LECTURA

Lo que se aplica a la conversación igualmente puede decirse de la, lectura, que es, o debería ser, una conversación entre autor y Lector. Desde luego, en la lectura (como en una conversación) es importante a quien leo (o con quien hablo). Leer una novela mediocre, burda, es una forma de soñar despierto. No permite una reacción productiva; el texto se devora como un programa de televisión o como las papas fritas que se comen mientras se ve televisión; pero una buena novela, por ejemplo de Balzac, puede leerse con una participación interior, productivamente (esto es, en el modo de ser). Sin embargo, probablemente la mayor parte del tiempo también se lea según el modo de consumir, o de tener. Después de que a los lectores se les despierta la curiosidad, desean conocer la trama: si el héroe muere o vive, si la heroína es seducida o resiste. Los lectores desean conocer las respuestas. La novela sirve como una especie de «avance» para excitarlos; el final feliz o infeliz es la culminación de su experiencia: cuando los lectores conocen el final, poseen toda la historia, casi con tanta realidad como si surgiera de su imaginación; pero no han aumentado su cultura; no han comprendido a los personajes de la novela,.no han ampliado su conocimiento de la naturaleza humana, ni han logrado conocerse a si mismos.

Los modos de leer se aplican igualmente a un libro de filosofía o de historia. La manera de leer un libro de filosofía o de, historia se forma (o mejor se deforma) por la educación. La escuela intenta darles a los estudiantes cierta cantidad de “propiedad cultural”, y al final de los cursos certifica que los estudiantes tienen por lo menos una cantidad mínima. A los alumnos les enseñan a leer un libro para que puedan repetir los principales pensamientos del autor. Así es como los estudiantes conocen a Platón, Aristóteles, Descartes, Spinoza, Leibniz, Kant, Heídegger o Sartre. La diferencia entre los diversos niveles de educación, desde la preparatoria hasta la universidad, consiste principalmente en la cantidad de propiedad cultural que se adquiere, que corresponde aproximadamente a la cantidad de propiedad material que los alumnos esperan recibir en su vida posterior. Los llamados estudiantes excelentes pueden repetir con mayor exactitud lo que ha dicho cada uno de los filósofos. Son como un catálogo de museo bien documentado; pero no aprenden lo que se encuentra más allá de este tipo de propiedad cultural. No aprenden a cuestionar a los filósofos, a hablarles; no aprenden a advertir las contradicciones de los filósofos, si eluden ciertos problemas o si evaden determinados temas; no aprenden a distinguir lo que era nuevo y lo que los autores no pudieron dejar de pensar porque era considerado de «sentido común» en su época; no aprenden a oír para distinguir cuando los autores sólo hablan con su cerebro, y cuando hablan con su cerebro y su corazón; no aprenden a descubrir si los autores son auténticos o falsos; y muchas cosas más.

En el modo de ser, los lectores a menudo advierten que hasta un libro muy admirado carece enteramente de valor o tiene un valor muy limitado; o logran comprender plenamente un libro, a veces mejor que el autor, quien pudo haber considerado que todo lo que escribió era igualmente importante.

EL EJERCICIO DE LA AUTORIDAD

Otro ejemplo de la diferencia entre los modos de tener y de ser es el ejercicio de la autoridad. El punto crítico es la diferencia entre tener autoridad y ser una autoridad. Casi todos ejercemos la autoridad por lo menos en alguna época de nuestra vida. Los que crían a sus hijos deben ejercer la autoridad (deseen hacerlo o no) para protegerlos de los peligros y darles por lo menos los consejos indispensables para que sepan actuar en diferentes situaciones. En una sociedad patriarcal, también las mujeres están sometidas a la autoridad de la mayoría de los hombres. La mayor parte de los miembros de una sociedad burocrática organizada jerárquicamente, como la nuestra, ejerce la autoridad, salvo la gente de los niveles más bajos de la sociedad, que sólo está sometida a la autoridad.

Comprender la autoridad en los dos modos depende de reconocer que «la autoridad» es un término amplio con dos significados totalmente distintos: puede ser «racional» o irracional La au toridad se basa en la capacidad, y ayuda a desarrollarse a la persona que se apoya en ésta. La autoridad irracional se basa en la fuerza y explota a la persona sujeta a ésta. (Ya he analizado esta distinción en El miedo a la libertad.)

En las sociedades más primitivas, las de los cazadores y recolectores, ejerce la autoridad la persona generalmente reconocida con capacidad para esa tarea. Las cualidades que integran esta capacidad dependen mucho de las circunstancias específicas, pero hay la impresión de que deben incluir la experiencia, la sabiduría, la generosidad, la habilidad, la «buena presencia, el valor. No hay autoridades permanentes en estas tribus, pero surgen en caso de necesidad. O hay diferentes autoridades para distintas ocasiones: las guerras, los actos religiosos, la conciliación de disputas. Cuando desaparecen o se debilitan las cualidades en que se basa la autoridad, ésta también desaparece. Una forma muy similar de autoridad puede observarse en muchas sociedades primitivas, en que la capacidad a menudo no se basa en la fuerza física, sino en cualidades como la experiencia y la «sabiduría». En un experimento muy ingenioso con monos, J. M. R. Delgado (1967) mostró que si el animal dominante pierde aun momentáneamente las cualidades que le dan competencia, su autoridad termina.

Ser autoridad se basa no sólo en la capacidad para realizar ciertas funciones sociales, sino igualmente en la esencia misma de una personalidad que ha conseguido un alto grado de desarrollo e integración. Estas personas irradian autoridad y no o tienen que dar ordenes, amenazar ni sobomar. Son individuos muy desarrollados que muestran por lo que son y no principalmente por lo que hacen o dicen) cómo pueden ser los humanos. Los grandes Maestros de la Vida tuvieron este tipo de autoridad, y con un grado menor de perfección, individuos así pueden encontrarse en todos los niveles culturales y en las culturas más diversas. (El problema de la educación depende de este punto. Si los padres lograran un desarrollo mayor y se apoyaran en sus propios centros, la contradicción entre la educación autoritaria y la del tipo laissez?faire apenas existiría. Por necesitar la autoridad, el niño reacciona ante ésta con gran avidez; por otra parte, el niño se rebela contra las presiones, el descuido o «el exceso de cuidado» de la gente que muestra con su conducta que no ha hecho los esfuerzos que el niño espera que haga.)

Cuando se formaron la sociedades basadas en un orden jerárquico, más grandes y más complejas que las de cazadores y recolectores, la autoridad basada en la capacidad fue sustituida por la autoridad basada en la posición social. Esto no significa que la autoridad sea necesariamente incompetente, sino que la capacidad no constituye un elemento esencial de la autoridad. Apenas hay relación entre la capacidad y la autoridad en el caso de la autoridad monárquica (en la que la lotería de los genes decide las cualidades de competencia), o de un criminal sin escrúpulos que logra llegar a la autoridad mediante el crimen y la traición, o de la democracia moderna, en que se elige al candidato, con frecuencia por su fisonomía fotogénica o por el dinero que puede gastar en la elección.

Hay serios problemas en los casos de autoridad basada en alguna capacidad: un dirigente puede ser competente en un campo, e incompetente en otro. Por ejemplo, un estadista puede tener capacidad para dirigir una guerra y ser incompetente en la paz; o un dirigente que es honrado y valiente al principio de su carrera, pierde estas cualidades por la seducción del poder o la edad y las enfermedades pueden llevarlo a la decadencia. Finalmente, debemos considerar que para los miembros de una pequeña tribu resulta mucho más fácil juzgar la conducta de una autoridad que para millones de personas en nuestro sistema, que sólo conocen a su candidato por la imagen artificial que le ofrecen los especialistas en relaciones públicas.

Sean cuales fueren las razones de la pérdida de las cualidades que forman la capacidad, en la mayoría de las sociedades más grandes y organizadas jerárquicamente ocurre el fenómeno de la alienación de la autoridad. La capacidad inicial, verdadera o supuesta, se transfiere al uniforme o al título de la autoridad, Si ésta usa el uniforme adecuado u ostenta el título apropiado, su signo externo de capacidad remplaza a la capacidad verdadera y sus cualidades. El rey (usamos este título como símbolo de este tipo de autoridad) puede ser estúpido, vicioso, malo, o sea totalmente incompetente para ser una autoridad; sin embargo, tiene autoridad. Mientras conserve el título, se supondrá que tiene las cualidades dé la capacidad. Aunque el emperador esté desnudo, todo elmundo cree qué usa bellas ropas.

La gente no confunde en forma espontánea los uniformes y los títulos con las cualidades verdaderas de la capacidad. Los que tienen estos símbolos de autoridad y los que se benefician con ellos deben embotar el pensamiento crítico y realista de la gente para que crea la ficción. El que estudie esto advertirá las maquinaciones de la propaganda, los métodos con que se destruye el juicio crítico, cómo la mente es adormecida por medio de clichés para someterla, cómo la gente se atonta al volverse dependiente y perder su capacidad de confiar en sus ojos y en su Juicio. La ficción en la que cree le oculta la realidad.

TENER CONOCIMIENTOS Y CONOCER

La diferencia entre el modo de tener y el modo de ser en la esfera del conocimiento se expresa con dos fórmulas: «Tengo conocimiento” y «conozco». Tener conocimiento es tomar y conservar la posesión del conocimiento disponible (la información); conocer es funcional y sólo sirve como medio en el proceso de pensar productivamente.

Nuestra comprensión de la cualidad de conocer en el modo de existencia de ser puede ampliarse con los pensamientos de Buda, de los profetas hebreos, de Jesucristo, del Maestro Eckhart, de Sígmund Freud, de Karl Marx. Según su punto de vista, el conocimiento empieza con la conciencia del engaño de lo que perciben nuestros sentidos en el sentido de que nuestro panorama de la realidad física no corresponde a lo que «realmente es» y, principalmente, en el sentido de que la mayoría de la gente está semidespierta, semidormida, y no advierte que la mayor parte de lo que cree verdadero y evidente es una ilusión producida por influencia sugestiva del mundo social en que vive. Así pues, el conocimiento empieza con la destrucción de las ilusiones, con la desilusión (Ent-tauschung). Conocer significa penetrar a través de la superficie, llegar a las raíces, y por consiguiente a las causas. Conocer significa ver la realidad desnuda, y no significa poseer la verdad, sino penetrar bajo la superficie y esforzarse crítica y activamente para acercarse más a la verdad.

Esta cualidad de la penetración creadora se expresa en la palabra hebrea jadoa, que significa conocer y amar, en el sentido de la Penetración sexual masculina. Buda, el Despierto, pide a la gente que despierte y que se libere de la ilusión de que codiciar cosas produce felicidad. Los profetas hebreos piden a la gente que despierte y le dicen que sus ídolos no son sino obra de sus manos, ilusiones Jesucristo dice: «La verdad os hará libres.» El Maestro Eckhart muchas veces expresa su concepto de conocer; por ejemplo, cuando habla de Dios afirma: «El conocimiento no es un pensamiento particular, sino que arranca (todas las cubiertas) y es desinteresado y corre desnudo hacia Dios, hasta que lo toca y lo ase”. (Desnudez» desnudo son las expresiones favoritas del Maestro Eckhart y también de su contemporáneo, el autor anónimo de The Cloud of Unknowing.) Según Marx, es necesario destruir las ilusiones para crear las condiciones que las volverán innecesarias. El concepto freudiano del conocimiento de sí mismo se basa en la idea de destruir las ilusiones («racionalizaciones”) para tener conciencia de la realidad inconsciente. (último de los pensadores de la Ilustración, Freud puede ser llamado un pensador revolucionario de acuerdo con la filosofía de la Ilustración del siglo xviii, y no con la del siglo xx.)

A todos estos pensadores les preocupaba la salvación humana; todos criticaban las pautas de pensamiento socialmente aceptadas. Consideraban que la meta del conocimiento no era la certidumbre de “una verdad absoluta”, algo con lo que es posible sentirse seguro, sino el proceso de afirmar la razón humana. Para alguien que sabe, la ignorancia es tan buena como el conocimiento, ya que ambos forman parte del proceso del saber, aunque la ignorancia de este tipo es distinta de la ignorancia del que no reflexiona. En el modo de ser el conocimiento óptimo es conocer más profundamente. En el modo de tener, consiste en poseer más conocimientos.

Nuestra educación generalmente intenta preparar al estudiante para que tenga conocimientos como posesión, que por lo general se evalúan por la cantidad de propiedad o prestigio social que probablemente tendrá más tarde. El mínimo que recibe el alumno es la cantidad que después necesitará para desempeñar adecuadamente su trabajo. Además, a cada uno le dan «un paquete de conocimientos de lujo» para aumentar su sentimiento de valor, y el tamaño de cada paquete está de acuerdo con el probable prestigio social que tendrá la persona. Las escuelas son las fábricas que producen estos paquetes de conocimientos generales, aunque usualmente afirman que intentan poner a los estudiantes en contacto con los logros más elevados del pensamiento humano. Muchas universidades son especialmente hábiles para alimentar estas ilusiones. Ofrecen una gran variedad de conocimientos, desde pensamiento y arte de la India hasta existencialismo y surrealismo para que los estudiantes elijan un poco de cada tema, y en nombre de la espontaneidad y la libertad no les exigen que se concentren en una materia, y ni aun que terminen de leer un libro. (La crítica radica de Ivan Illich al sistema escolar pone en relieve muchas de estas fallas.

LA FE

En un sentido religioso, político o personal, el concepto de la fe puede tener dos significados totalmente distintos, si ésta se aplica en el modo de tener, o en el modo de ser.

En el modo de tener, la fe es la posesión de una respuesta de la que no se tiene una prueba racional. Consiste en formulas creadas por otros, que el individuo acepta porque se somete a los otros, generalmente a una burocracia. Esto ofrece un sentimiento de certidumbre debido al poder real (o sólo imaginario) de la burocracia. Es un boleto de entrada para poder reunirse con un numeroso grupo humano. Alivia al individuo de la pesada tarea de pensar por sí mismo y de tomar decisiones. Así nos convertimos en uno de los beati possidentes, los felices propietarios de la fe verdadera. En el modo de tener, la fe brinda certidumbre; pretende ofrecer un conocimiento último, firme, que es creíble porque parece muy firme el poder de los que proclaman y protegen la fe. Desde luego, ¿Por qué no aceptar la certidumbre, si sólo requiere renunciar a la propia independencia?

Dios, originalmente el símbolo del valor más elevado que podemos experimentar dentro de nosotros, se convierte, en el modo de tener, en un ídolo. Según el concepto de los profetas, un ídolo es una cosa que hacemos nosotros y en la que proyectamos nuestras poderes, y que por ello nos empobrece. Nos sometemos a nuestra creación, y con nuestra sumisión no ponemos en contacto con nosotros mismos en una forma enajenada. Puedo tener un ídolo nosotros porque es una cosa, pero al someterme a éste, simultáneamente él me posee. Después de que Dios se convierte en un ídolo, las supuestas cualidades divinas tienen muy poca relación con mi experiencia personal, como sucede con las doctrinas políticas enajenadas. El ídolo puede ser proclamado Señor de la Misericordia; pero cualquier crueldad puede cometerse en su nombre, así como la fe enajenada en la solidaridad humana justifica cometer los actos más inhumanos. En el modo de tener, la fe es un apoyo para los para los que desean una respuesta a la vida y no se atreven a buscarla ellos mismos.

En el modo de ser la fe constituye un fenómeno totalmente distinto. ¿Podemos vivir sin la fe? ¿No debe tener fe el niño de pecho en los senos maternos? ¿No debemos tener fe en otros seres, en los que amamos y en nosotros mismos? ¿podemos vivir sin tener fe en la validez de las normas de nuestra vida? En realidad, sin fe nos volvemos estériles, perdernos toda esperanza y le tememos a la esencia misma de nuestro ser.

En el modo de ser la fe no consiste, en primer termino, en creer en ciertas ideas (aunque también puede serlo), sino en una orientación interior, en una actitud. Mejor seria decir que se está en la fe y no que se tiene fe. (La distinción teológico entre la fe que es creencia -fídes quae creditur- y la fe como creencia –fides qua creditur- refleja una distinción similar entre el contenido y el acto de la fe.) Se puede estar en la fe hacia uno mismo y en los otros, y la persona religiosa puede estar en la fe en Dios. El Dios del Antiguo Testamento es, ante todo, una negación de los ídolos, de los dioses que podemos tener. Aunque concebido como analogía con un rey oriental, el concepto de Dios se trasciende desde el mismo principio. Dios no debe tener nombre, ni debemos hacer una imagen de Dios.

Más tarde, en el desarrollo judío y cristiano, se intentó eliminar totalmente la idolatría a Dios, o luchar con el peligro de la idolatría postulando que ni aun las cualidades de Dios pueden formularse. 0 más radicalmente en el misticismo cristiano (desde el falso Dionisio Areopagita hasta el desconocido autor de The Cloud of Unknowing y el Maestro Eckhart) el concepto de Dios tiende a ser el del único, la «Divinidad» (la no-cosa), y así se unen los puntos de vista expresados en los Vedas y en el pensamiento neoplatónico. Esta fe en Dios se ve confirmada por la experiencia interior de las cualidades divinas que existen en uno mismo; es un proceso continuo, activo, de una creación de sí mismo, o como dice el Maestro Eckhart: de Cristo que eternamente renace en nosotros.

La fe en mí mismo, en los demás, en la humanidad, en nuestra capacidad de llegar a ser plenamente humanos, también implica certidumbre, pero basada en mi experiencia y no en mi sumisión, a una autoridad que impone una creencia dada. Es la certidumbre de una verdad que no puede demostrarse con una evidencia racionalmente concluyente; sin embargo es una verdad de la que estoy seguro debido a mi evidencia subjetiva, experiencial. (La palabra hebrea que designa fe es emunah «certidumbre»; amen significa «ciertamente».)

Aunque esté seguro de la integridad de un hombre, nunca podré demostrar su integridad hasta su último día; estrictamente hablando, si su integridad permanece inviolada hasta el momento de su muerte, ni aun esto excluye la idea positivista de que quizá habría podido haber manchado su integridad si hubiera vivido más tiempo. Mi certidumbre se basa en mi conocimiento profundo de los otros y en mi experiencia del amor y de la integridad. Este tipo de conocimiento sólo es posible en el grado en que pueda librarme de mi ego y ver a los otros hombres en su mismidad. reconocer la estructura de sus poderes, verlos en su individualidad y al mismo tiempo en su humanidad universal. Entonces sabré lo que los otros pueden hacer, lo que no pueden hacer, y lo que no harán. Desde luego, no quiero, decir que yo pueda predecir toda su conducta futura, sino sólo las líneas generales de su conducta que están enraizadas en los rasgos básicos del carácter, como la integridad, la responsabilidad, etc. (Véase el capítulo «La fe como un rasgo de carácter» en Ética y psicoanálisis.)

Esta fe se basa en hechos; por consiguiente es racional; pero los hechos no pueden reconocerse ni «demostrarse» según el método de la psicología positivista convencional; yo, la persona viva, soy el único instrumento que puede «regitrarlos».

EL AMOR

Amar también tiene dos significados, según se hable en el modo de tener o en el modo de ser.

¿Es posible tener amor? Si se pudiera, el amor necesitaría ser una cosa, una sustancia susceptible de tenerla y poseerla. La verdad que no existe una cosa concreta llamada «amor». «El amor» es una abstracción, quizá una diosa o un ser de aunque nadie ha visto a esa diosa. En realidad, sólo existe el acto de amar, que es una actividad productiva. Implica cuidar, conocer, responder, afirmar, gozar de una persona, de un árbol, de una pintura, de una idea. Significa dar vida, aumentar su vitalidad. Es un proceso que se desarrolla y se intensifica a sí mismo.

Experimentar amor en el modo de tener implica encerrar, aprisionar o dominar al objeto «amado». Es sofocante, debilitador, mortal, no dador de vida. Lo que la gente llama amor la mayoría de las veces es un mal uso de la palabra, para ocultar que en realidad no ama. Puede dudarse de que muchos padres amen a sus hijos. Lloyd de Mause afirmó, que durante los pasados dos milenios de historia occidental ha habido informes de crueldad para con los hijos, desde tortura física y psíquica, descuido, franca posesividad y sadismo tan terribles que puede creerse que los padres amantes son la excepción y no la regla.

Lo mismo puede afirmarse de los matrimonios. Ya sea que el matrimonio se base en el amor, como el matrimonio tradicional del pasado, o en la conveniencia social o en las costumbres, los esposos que verdaderamente se aman parecen ser la excepción. La conveniencia social, la costumbre, el interés económico mutuo, el interés compartido en los hijos, la dependencia mutua, o el odio o el temor mutuos se experimentan conscientemente como “amor», hasta el momento en que uno o ambos esposos reconocen que no se aman, y que nunca se han amado. Hoy día se pueden observar algunos progresos en este aspecto: las personas se han vuelto más realistas y sinceras, y muchas ya no creen que sentirse sexualmente atraído signifique amar, o que una relación amistosa, aunque distante, sea una manifestación del amor. Este nuevo punto de vista ha impuesto mayor sinceridad, y también más frecuentes cambios de pareja. Esto no necesariamente ha hecho que se ame con más frecuencia, y los esposos modernos pueden amarse tan poco como los antiguos.

El cambio de «rendirse al amor» a la ilusión de «tener» amor a menudo puede observarse en detalles concretos en la historia de las parejas que «se rinden al amor». (En el arte de amar he señalado que la palabra «rendirse» en la frase «rendirse al amor» es una contradicción. Como amar es una actividad productiva, sólo se puede estar enamorado o enamorarse; no es posible “rendirse» al amor, porque esto denota pasividad.)

Durante el noviazgo nadie está seguro todavía de su pareja, pero cada uno trata de conquistar al otro. Ambos son vitales, atractivos, interesantes, y hasta bellos, ya que la vitalidad embellece el rostro.

Ninguno tiene al otro; por consiguiente las energías de ambos están dirigidas a ser es decir, a dar y estimular al otro. En el matrimonio, la situación con frecuencia cambia fundamentalmente. El acta matrimonial le da a cada esposo la posesión exclusiva del cuerpo, de los sentimientos y de las atenciones del otro. Ninguno de los dos debe conquistar, porque el amor se ha convertido en algo que se tiene, en una propiedad. Los esposos dejan de esforzarse por ser amables y dar amor, por ello se aburren, y su belleza desaparece. Se sienten desilusionados y confundidos. ¿Ya no son las mismas personas? ¿Cometieron un error al casarse? Cada cónyuge generalmente busca en el otro la causa del cambio, y ambos se sienten defraudados, pero no advierten que ya no son los mismos que cuando se amaban; que el error de creer que se puede tener amor, ha hecho que dejen de amarse. En vez de amarse, llegan a un acuerdo para compartir lo que tienen: el dinero, la posición social, la casa, los hijos. Por ello, en algunos casos el matrimonio que se inicia con amor, se transforma en una asociación amistosa, en una empresa en la que dos egotismos se reúnen en uno solo: el de «la familia».

Cuando una pareja no puede sobreponerse al anhelo de renovar el antiguo sentimiento de amor, uno o ambos esposos puede tener la ilusión de que un nuevo compañero (o compañeros) calmará su deseo vehemente. Creen que sólo desean tener amor; pero para ellos el amor no es una expresión de su ser; es una diosa a la que desean someterse. Necesariamente fracasan en el amor, porque «el amor es hijo de la libertad’ (como dice una antigua canción francesa), y el culto a la diosa del amor llega a ser tan pasivo que causa aburrimiento, y él o ella pierden los restos de su antiguo atractivo.

En esta descripción no intentamos implicar que el matrimonio puede ser la mejor solución para dos personas que se aman. La dificultad no reside en el matrimonio, sino en la posesiva estructura existencial de los esposos y, en último análisis, de su sociedad. Los partidarios de tan modernas formas de unión como el matrimonio en grupo, el cambio de pareja, el sexo en grupos, etc; hasta donde puedo advertir sólo tratan de evitar su dificultad de aliviar el aburrimiento con estímulos siempre nuevos y tratan de tener “amantes», aunque no sean capaces de amar a nadie.

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