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Sobre la benevolencia

diciembre 4, 2002

139.-Quizá se considere una tarea supérflua probar que son estimables los afectos benévolos o más delicados; y que dondequiera que aparecen, suscitan la aprobación y el beneplácito de la humanidad. Los epítetos, sociable, bien nacido, humano, compasivo, agradecido, amigable, generoso, benéfico, o sus equivalentes, son conocidos en todos los lenguajes y expresan universalmente el mayor mérito que es capaz de alcanzar la naturaleza humana. Donde a esas cualidades afectivas (amiable) se unen nacimiento y poder y aptitudes (abilities) eminentes, mostrándose en el buen gobierno o en la útil educación del género humano, parecen situar a sus poseedores incluso por encima del rango de la naturaleza humana, aproximándola en cierta medida, a la divina. La capacidad excepcional, el valor que no desfallece, el suceso favorable, solamente pueden exponer a un héroe o a un político a la envidia y a la animadversión del público: pero en cuanto a las alabanzas se añaden las de humano y benéfico; cuando se han dado ejemplos de lenidad, ternura o amistad, entonces la misma envidia se calla o se une al clamor general de aprobación y aplauso.

Cuando Periclés, el gran hombre de Estado y general ateniense, estaba en su lecho de muerte, los amigos que le rodeaban, creyéndolo ya inconsciente, comenzaron a manifestar su dolor por su agonizante protector (patron), enumerando sus grandes éxitos y cualidades, sus conquistas y victorias, la desacostumbrada duración de su administración, y sus nueve trofeos erigidos a costa de los enemigos de la república. Olvidais, gritó el héroe moribundo, que lo había oído todo, olvidais, el mayor de mis elogios al entreteneros en ponderar esas ventajas vulgares, en las cuales corresponde la parte principal a la fortuna. No habéis prestado atención al hecho de que jamás ningún ciudadano ha llevado luto por mi causa. (Plutarco en Periclés 38)

Entre los hombres de talento y aptitudes más ordinarios, las virtudes sociales llegan a ser, pues, si cabe, todavía más esencialmente necesarias; por no haber, en ese caso, nada eminente que compense su falta, o que preserve a la persona de nuestro odio más severo así como de nuestro desprecio. Dice Cicerón que una gran ambición, un elevado valor, en las personas menos perfectas, predispone a degenerar en ferocidad turbulenta. Las virtudes más sociales y suaves son las que hay que tener principalmente en cuenta. Estas son siempre buenas y amables (Cicerón, De Officiis, lib. 1.)

La ventaja principal que descubre Juvenal en la capacidad expansiva de la especie humana, consiste en que hace también más grande nuestra benevolencia, concediéndonos mayores oportunidades para extender nuestra amable influencia,que las que se conceden a la creación inferior. Por eso se puede decir que, a la verdad, solamente haciendo el bien, puede gozar ciertamente un hombre de las ventajas de ser eminente. Por sí sola, su posición elevada, le expone más al peligro y a la tempestad. Su única prerrogativa consiste en amparar a los inferiores que descansan bajo su amparo y protección.

Pero olvido que mi presente ocupación no consiste en recomendar generosidad y benevolencia, o en describir con sus colores verdaderos todo el encanto genuino de las virtudes sociales. Verdaderamente, estas comprometen suficientemente los corazones desde que se las concibe; de modo que resulta difícil abstenerse de alguna ocurrencia panegírica, como sucede a menudo en el discurso o en el razonamiento. Pero al constituir aquí nuestro tema, más la parte especulativa que la práctica de la ética, bastará señalar (lo que creo que se me permitirá gustosamente), que ningunas cualidades tienen mayores títulos al general beneplácito y aprobación del género humano, que la beneficencia y la humanidad, la amistad y la gratitud, el afecto natural y el espíritu público, o cualquier otra que proceda de una tierna simpatía respecto a los demás, y de una generosa solicitud hacia nuestro género y especie. Dondequiera que estas aparezcan, parecen transfundirse ellas mismas, en cierta manera, a cada observador, y provocar, por su propia cuenta, los mismos sentimientos favorables y afectuosos que ejercen en todo lo que les circunda.

141.-Podemos observar, al poner de relieve los elogios de cualquier hombre humano, benéfico, que hay una circunstancia acerca de la cual nunca se deja de insistir bastante; a saber, la felicidad y satisfacción que deriva la sociedad de su actividad (intercourse) buenos oficios. Podemos decir, que se hace querer por sus padres por su filial afecto y por la preocupación respetuosa, (pious), todavía más que por los lazos de la naturaleza. Sus hijos nunca sienten su autoridad sino cuando hace uso de ella en su beneficio. Los vínculos de amor se consolidan en él mediante la beneficencia y la amistad. Gracias a la exacta observancia de todos los menesteres obligados, los lazos de la amistad, se aproximan a los del amor y de la inclinación. Sus servidores y dependientes tienen en él un recurso seguro; y no temen el poder de la fortuna, sino en la medida en que ésta lo ejerce sobre él. El hambriento recibe de él alimentos, el desnudo vestido, el ignorante y el perezoso habilidad e industria. Un ministro inferior de la providencia, alienta, vigoriza y sostiene, igual que el sol, el mundo circundante.

Si se recluye en la vida privada, la esfera de su actividad resulta más estrecha; pero su influencia es completamente benigna y gentil. Si es exaltado a una posición más elevada, la humanidad y la posteridad recogen el fruto de sus trabajos.

Como esos tópicos de elogio nunca dejan de emplearse y con éxito, cuando deseamos inspirar estimación hacia alguien, ¿no se debería, pues, concluir que la utilidad resultante de las virtudes sociales constituye, por lo menos, parte de su mérito, y es una fuente de esa aprobación y consideración que tan universalmente se le otorgan?

142.-Cuando recomendamos un animal o una planta como útil y benéfico le otorgamos un aplauso y una recomendación adecuada a a su naturaleza. Por otra parte, la reflexión acerca de la perniciosa influencia de algunos de esos seres inferiores siempre nos inspira igualmente el sentimiento de aversión. El ojo se recrea con el panorama de los campos de trigo y de los viñedos ubérrimos; de los caballos que pacen, y de los rebaños que pastan: pero la vista huye de las espinas y zarzas que dan cobijo a los lobos y a las serpientes.

Una máquina, un mueble, un vestido, una casa bien dispuesta para el uso y la comodidad son, en esa medida, hermosos, y se contemplan con agrado y aprobación. Un ojo experimentado resulta aquí sensible a muchas excelencias que escapan a las personas ignorantes y sin instrucción.

¿Cabe decir algo más favorable en alabanza de una profesión, como el comercio o la manufactura, que considerar las ventajas que reporta a la sociedad? ¿Pero es que no se enfurece un monje o un inquisidor cuando tratamos su orden como inútil o perniciosa para la humanidad?

El historiador se regocija al poner de relieve el beneficio que resulta de sus trabajos. El novelista disculpa o niega las malas consecuencias que se atribuyen a su manera de componer.

En general, ¡que alabanza no lleva implicado el simple epíteto «útil» ¡Que reproche supone el contrario!

Vuestros dioses, dice Cicerón (De Natura Deorum, Lib. 1,36) oponiéndose a los epicúreos, no pueden pretender justamente cierta santificación o adoración, cualesquiera que sean las perfecciones imaginarias de que les supongais dotados. Carecen por completo de utilidad y están inactivos. Incluso los egipcios, a quienes tanto ridiculizais, nunca consagraron a ningún animal sino por su utilidad.
Afirman los escépticos (Sexto Empírico, Adversus Math. lib. IX, 394,18), aunque absurdamente, que el origen de todo culto religioso se derivó de la utilidad de los objetos inanimados, tales como el sol y la luna, en relación con el sostenimiento y el bienestar de la humanidad. Esta es asímismo la razón que comunmente señalan los historiadores en relación con la deificación de héroes y legisladores eminentes (Diodoro Sículo, passim).

Plantar un árbol, cultivar un campo, procrear hijos, constituyen actos meritorios según la religión de Zoroastro.

143.-En todas las determinaciones de la moralidad, siempre se halla a la vista, de manera principal, esta circunstancia de la utilidad pública; de modo que cualquier disputa que surja, bien sea en filosofía o bien en la vida común, concerniente a los
límites del deber, la cuestión no se puede decidir en modo alguno con una certeza mayor que mediante la averiguación de los verdaderos intereses de la humanidad en cualquier aspecto . Sí se encuentra que ha prevalecido alguna falsa opinión, abrazada por las apariencias, tan pronto como la experiencia ulterior y el razonamiento más sano nos han dado nociones más justas de los asuntos humanos, nos retractamos de nuestro sentimiento primitivo y reajustamos de nuevo los límites del bien y el mal moral.

Naturalmente, se elogia el dar limosnas a los pobres comunes; porque, en apariencia, alivia a los angustiados e indigentes: pero si observamos el estímulo que proviene de ello en orden a la pereza y a la corrupción, consideraremos esas formas de caridad más bien una debilidad que una virtud.

En los tiempos antiguos se estimó altamente el tiranicidio o asesinato de los príncipes usurpadores y opresores; porque libraba a la humanidad de muchos de esos mosntruos, y parecía imponer temor a aquellos otros a quienes no podía alcanzar la espada o el puñal. Pero habiéndonos convencido desde entonces la historia y la experiencia, de que esta práctica incrementaba el celo y la crueldad de los príncipes, aunque se trate con indulgencia a un Timoleón y a un Bruto, en vista de los prejuicios de su época, ahora se les considera modelos verdaderamente inadecuados para ser imitados.

La liberalidad de los príncipes se estima como una señal de beneficencia, pero cuando sucede que a menudo el pan cotidiano de los honestos e industriosos se convierte por ese medio en delicioso manjar para el perezoso y el pródigo, en seguida nos retractamos de nuestras atolondradas alabanzas. Las lamentaciones de un príncipe porque ha perdido un día, pueden ser nobles y generosas: pero resulta mejor perderlo que emplearlo mal. Como sucedería si hubiera querido ocuparlo en actos de generosidad a favor de sus codiciosos cortesanos.

Durante mucho tiempo, se ha considerado el lujo, o cierto refinamiento en los placeres y conveniencias de la vida, la fuente de toda la corrupción en el gobierno, y la causa inmediata de facción, sedicción, guerras civiles, y de la pérdida total de la libertad. Por eso se estimó universalmente como un vicio, constituyendo un tema de peroración por parte de todos los satíricos y moralistas severos. Quienes prueban o intentan probar que tales refinamientos tienden más bien a aumentar la industria, la civilidad y las artes, regulan de nuevo nuestra moral, así como los sentimientos políticos, al presentar como loable o inocente lo que, inicialmente, había sido mirado como pernicioso y condenable.

144.-Así pues, con una visión de conjunto, parece innegable que nada puede darle más mérito a cualquier criatura humana que el sentimiento de benevolencia en un grado eminente; y que por lo menos parte de su mérito, proviene de su tendencia a_promover los intereses de nuestra especie y hacer feliz sociedad humana. Dirijamos nuestra mirada a las saludables consecuencias de semejante carácter y disposición, y todo aquello que tenga una influencia tan benigna y en relación con un fin deseable será considerado con complacencia y agrado. Las virtudes sociales no se ven nunca sin sus tendencias benéficas ni se conciben estériles y sin fruto. La felicidad del hombre, el orden de la sociedad, la armonía de las familias, el mutuo apoyo de los amigos, se consideran siempre el resultado de su gentil dominio sobre el corazón de los hombres.

De futuras disquisiciones se desprenderá, qué parte considerable de su mérito hemos de adscribirle su utilidad (Sección V) así como la razón por la cual esta circunstancia tiene tanta fuerza sobre nuestra estima y aprobación (Sección III, y Sección IV).

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