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Literatura

diciembre 4, 2002

La palabra literatura es una de esas voces vagas que se encuentran con frecuencia en todas las lenguas, como lo es la palabra filosofía, con la que se designa ya las inquisiciones del metafísico, ya las demostraciones del geómetra, ya la sabiduría del hombre desengañado del mundo: como la palabra espíritu que se prodiga indiferentemente y que necesita una explicación que limite su sentido; como todos los términos generales, cuya expresión exacta no determinan en ninguna lengua los objetos a los que se aplican.

La literatura es precisamente lo que era la gramática entre los griegos y los romanos: como las letras del alfabeto son el fundamento de todos los conocimientos, esas dos naciones, transcurriendo el tiempo, llamaron gramáticos, no sólo a los que enseñaron sus idiomas, sino a los que se dedicaban al estudio de la filología, de la poesía, de la oratoria y de los hechos históricos. Por ejemplo, dieron el nombre de gramático a Ateneo, que vivía en la época de Marco Aurelio, por ser el autor del Banquete de los filósofos, conjunto entonces agradable de citas y de hechos verdaderos o falsos. Aulo Gelio, que vivía en la época de Adriano, también fue llamado gramático por haber escrito las Noches áticas, en las que se encuentran gran variedad de críticas y de investigaciones; las Saturnales de Macrobio, escritas en el siglo IV, constituyen una obra de erudición instructiva y agradable, y las llamaron también obra de un buen gramático.

La literatura, que consiste en esa gramática de Aulo Gelio, de Ateneo y de Macrobio, denota en toda Europa tener conocimiento de las obras de buen gusto que se han escrito, un tinte de historia, de poesía, de elocuencia y de crítica. El hombre instruido que conoce los autores antiguos, que puede comparar sus traducciones y sus comentarios, posee más literatura que el que con mejor gusto se ha limitado a conocer los autores de su país, que se pueden conocer con mayor facilidad.

La literatura no es un arte particular; es el ligero conocimiento que se adquiere de las bellas artes. Homero era un genio, Zoilo era un literato; y el periodista que da cuenta y juzga las obras magistrales, es un hombre que se dedica a la literatura. No pueden distinguirse las obras de un poeta, las de un orador, ni las de un historiador designándolas con la palabra vaga literatura, aunque sus autores consigan manifestar variados conocimientos. Racine, Boileau, Bossuet, Fenelón, que sabían más literatura que sus críticos, no pueden con propiedad llamarse literatos; como no les daríamos todo lo que merecen a Newton y a Locke si nos concretáramos a llamarles hombres de talento.

Para ser literatos no es indispensable ser sabios. Todos los que han leído con fruto los principales autores latinos en su lengua materna, saben literatura; pero para llegar a ser sabios necesitan hacer estudios más vastos y más profundos. No es suficiente decir que el Diccionario de Bayle es una compilación literaria; tampoco basta decir que es una obra muy ilustrada, porque el carácter distintivo de ese libro compite con su dialéctica profunda, y si no fuera más que un diccionario, más de raciocinios que de hechos y observaciones, no gozaría de reputación tan justamente adquirida y que conservará siempre. Es un diccionario que puede formar literatos y que es superior a ellos.

Se llama bella literatura la que tiene por objeto producir la belleza, esto es, la poesía, la elocuencia y la historia. La crítica, la polimatía, las interpretaciones de autores, las opiniones de los antiguos filósofos, la cronología, no pertenecen a la bella literatura, porque no tienen por objeto la belleza. Los hombres han convenido en llamar bellos los asuntos que inspiren, sin esfuerzos, sentimientos agradables; los que no son más que exactos, difíciles y útiles, no pueden empeñarse en ser bellos. Por eso no se puede decir que es bella una interpretación, una crítica o una discusión, y así se dice que es bell0 un fragmento de Virgilio, de Horacio, de Cicerón, de Bossuet y de Racine. La disertación bien escrita, que sea tan elegante como exacta, que cubra de flores un asunto espinoso, puede también llamarse un bello fragmento de literatura, aunque en categoría inferior a las que se encuentran las obras de genio.

Entre las artes liberales, que se llaman bellas artes por la misma razón que casi dejan de ser artes cuando carecen de belleza, hay algunas que no pertenecen a la literatura; éstas son la pintura, la arquitectura, la música, etc.; estas artes, por sí mismas, no tienen ninguna relación con las bellas letras; por eso la denominación de obra de literatura no puede aplicarse a los libros que enseñan arquitectura, pintura o música, y por eso esos libros se llaman obras técnicas

1. Los tiempos cambian, y ahora han vuelto a descubrirse los encantos de las ediciones correctas y la crítica gramatical, tan desdeñadas por Voltaire.

2. También a los de los siglos posteriores. Hoy es imposible hacer gala de un saber tan enciclopédico y, aunque muchos escritores son amenos conversadores, no es un requisito necesario ni siquiera frecuente

3. Omite el traductor el capítulo dedicado a los tópicos literarios.

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