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Hasta los dientes

diciembre 4, 2002

Primero fue que comiendo un taco de carne asada que chorreaba salsa por la retaguardia y ¡crack!, un ruidito muy cerca de mi oído que parecía provenir justo de una de mis muelas, e inconfundible un pequeño trozo de mala fortuna en color amarillento que tal vez alguna ocasión fue blanco. Con la lengua exploré el lugar siniestrado para constatar que efectivamente había un cráter donde antes no lo estaba. Y pensé que en un par de meses estaría con la vista perdida en lo alto y con la boca abierta en el consultorio dental, cuestión de tiempo pues. Pero no fueron los dos meses contemplados, ya en la tercera semana un dolorcillo se deslizaba por las encías buscando algo que morder. Lo sabía, pero también sabía que tenía que ir con tiempo para que no me asaltara el dolor, ¡ya qué!. Días solamente para decidir quién sería la mejor opción, pero no es tan sencillo. Por un lado esta la enorme tentación de ir con ella, el amor de mi vida, ¡carajos! quién planea que mi frágil naturaleza dental tenga que enfrentarse a una musa que casualmente es dentista. Y ella cada que nos encontramos en el super me dice «ya sabes, cuando se te ofrezca», ¿el amor? no que va, una cita para revisarte los dientes, una limpieza siquiera. Bueno, nunca fui a la limpieza porque pensé que ella pensaría que solo iba por verla, mala jugada, ni fui a verla, y ya la caries hizo caer un pedazo de muela. Y por otro lado me la puedo jugar con un dentista que me recomiende uno de mis cuates. Malo, el dolor se incrementó más rápido de lo que imagine, ahora me cepillo los dientes hasta ocho veces al día para lograr casi nada, tal parece que la muela se esta desprendiendo, con el índice la toco y parece moverse, el terror me invade, ¿cómo demonios olvidar que hace años me extrajeron una muela por una endodoncia mal hecha por una amalgama mal hecha? dos horas y media para sacar los pedazos de raíz y luego las cuatro semanas de dolor ininterrumpido. Igual me pasó con ella, iba y le rogaba y regresaba con la cola entre las patas, volvía pues había oído de las señoras del templo que el que persevera alcanza, y de nuevo le rogaba y le imploraba, nada, otro tipo de dolor que a ciencia cierta no sé cuál es peor. Tal parece que mi relación con los dentistas es del todo desafortunada. Pero no hay que dejarse vencer por las malas experiencias, optimismo ante todo. Y como el amor, la caries es imparable, ya parece que la muela ha encontrado los objetivos que buscaba, el dolor pasó de intermitente a constante, ya se ha extendido y parece que esta jalando al resto de las muelas, colmillos y dientes, si dejo de fruncir los músculos de la mandíbula estoy seguro que se arrancaran todas las piezas y quedarán atadas a la muela y ese cráter que esta creciendo, me lo imagino como las estrellas que implotan, chupan materia donde parece que ya no cabe más. Por las noches duermo en lapsos de una o dos horas, me despierto y me enjuago con agua tibia y sal que preparo con anterioridad, cuando me parece totalmente insoportable me tomo las aspirinas. El dolor se apodera ahora de mi oído derecho, ha tendido un alambre y ahora lo esta jalando también, otro alambre al extremo de mi ojo y parece que lo logra vencer, la mitad de mi rostro esta aturdido. Se ha llegado la hora cero, hay que tomar una decisión. Puedo ir con ella, pero veamos primero, de entrada el sermón, me va a decir «te dije que vinieras, pero no me haces caso», y me va a inyectar unas tres veces, aún no sabe que la anestesia no surte mucho efecto en mi, y luego el zum del aparatito con el que excavará en mi muela, voy a llorar, estoy seguro, como si no fuera lo suficiente lo que he sufrido por no tenerla ahora será el dolor físico, ¡demasiado!, yo lo que necesito en realidad de ella no es que me cure las muelas, sino que me cure la vida entera, bueno y ya de pasó podría ser mi dentista. Mala idea, que sea el azar el que me haga sufrir. Preguntas a la carrera porque parece que ya estoy perdiendo el sentido del oído, cómo si no fuera suficiente no poder comer porque cualquier cosa me hace temblar. El dentista hace muecas que me hacen saber que he sido un imbécil por partida doble, debí haber ido a las limpiezas y debí haber ido con ella. «Vamos a tratar de evitar la endodoncia, o hasta una extracción», no fueron tres, sino cuatro inyecciones, y luego las dos aprendices asomandose a mi boca como si fuera el hallazgo antropológico del año, bajo los tapabocas de seguro han de estar riendo, me lo merezco. Volteo los ojos tratando de evitar el brillo enceguecedor de la lámpara, pero el dolor me hace regresar la vista a esos tres pares de ojos que parecen estar disfrutando la función. «Casi termino, no hay problema», pero si lo hay, dos días después me sigue doliendo y ya me dijo que haremos ¿yo también? la endodoncia, analgésicos y resignación, mentadas y desveladas. No cabe duda, soy un imbécil de partida doble, debí haber ido con ella desde el principio.

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