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El carbonero y la muerte

diciembre 4, 2002

Un carbonero vivía en una cabaña, apurada y pobremente, sin más alimento que habas, torta de maíz y queso. En una ocasión en que estaba haciendo su frugal cena, alguien llamó a la puerta.

-¿Quién es?

-Quisiera posada para esta noche.

-Pero ¿quién es usted?

-Yo soy Dios

-¡Posada para usted! A algunos les tiene usted llenos de bienes, a otros con escasa alimentación, aunque trabajan todo el día. No; váyase usted de aquí.

Después de un pequeño intervalo, volvió el mismo Dios y llamó a la puerta.

-¿Quién es?

-Quiero posada para esta noche.

-Pero ¿quién es usted?

-Yo soy la Muerte.

-A usted, sí, encantado. Usted es igual con todos; lo mismo con los ricos que con los pobres, con los grandes como con los pequeños.

Y, abriéndole la puerta, le dio de cenar de lo que él tenía, lo mismo que la cama; y a la mañana siguiente el desayuno. La Muerte, dándole repetidas veces las gracias, le preguntó:

– ¿Qué quieres que te dé?

-Yo, yo…, no vivir siempre así, quisiera alguna mayor comodidad y desahogo.

-Pues vete a la ciudad del rey. La reina está muy enferma. Hace largo tiempo que los médicos no saben qué hacer para curarla. Entra tú allá y si me ves en la cabecera, puedes decir con seguridad que fallecerá y que al momento cumpla con sus obligaciones. Pero si estoy a los pies, puedes decir que le pongan un emplasto en cualquier parte, se curará en seguida.

Preparado el carbonero con sus mejores ropas, adornando lo mejor posible su persona, contento y alegre, se fue a la ciudad aquella y dirigió sus pasos al palacio del rey. Allí nadie quiso creerle que era médico, ni dejarle entrar donde la reina; pero él a gritos no les dejaba en paz: que tenía que ver a la reina, que tenía que ver a la reina y siempre con lo mismo.

Al oír aquellos gritos, el rey preguntó quién andaba por allí y, al saber quien era, haciéndole entrar, se acercaron ambos a la cama de la reina, acompañados por otros médicos que por allí andaban. El carbonero hizo algunas de las ceremonias que los médicos acostumbran: hacer sacar la lengua, examinar los párpados, tomar el pulso… y en esto vio que la Muerte estaba a los pies de la enferma. El carbonero dijo entonces:

-Yo sanaré al momento a esta enferma.

Para ello pidió algunos ingredientes para emplastos: vino, simiente de lino, salvado, salvadillo y otros parecidos.

Los médicos que estaban presentes se rieron de él. Con todo, el rey hizo traer todo lo que pidió, y la enferma quedó curada como si le hubieran quitado la enfermedad con la mano.

Al verse humillados, los médicos no sabían qué hacer ni qué decir. Reunidos en un rinconcito resolvieron que el mayor en edad de entre ellos se metiera en la cama. Luego le dijeron al rey:

-Para que comprendáis, señor rey, la nulidad de ese hombrecillo que nos ha venido en son de médico, hemos hecho esto y lo otro, y ordenad que venga a verle.

Al entrar el carbonero y ver a la muerte a la cabecera del enfermo, sin necesidad de ninguna ceremonia, dijo:

-Este enfermo morirá muy pronto.

Las risas de los compañeros del acostado fueron esta vez mayores que la vez anterior. Pero pronto se les tragaron las risas al observar que su compañero estaba dando las últimas boqueadas. Al ver el rey curada a su esposa y que el anciano que estaba sano había fallecido, según había dicho el carbonero, expulsó del palacio a todos los médicos. Después le dijo al carbonero:

-¿Qué deseáis que os dé como premio? ¿Y qué por ser mi médico en adelante?

-Señor, ¿lo que yo quiero?, un medio de vivir desahogada y pasablemente.

En adelante el carbonero, comiendo en la mesa del rey, pasaba los días dulcemente bajo los robles, quejigos, hayas y encinas del jardín, como nunca los había pasado anteriormente bajo los del bosque.

Una vez, en uno de aquellos paseos, se le apareció la Muerte hablándole de esta forma:

-¡Hola! ¿Qué tal, carbonero? ¿Me conoces?

Atemorizado, el carbonero le contestó:

-¿Dónde andas, Muerte?

-He llegado en tu busca.

-¿En mi busca? Mientras fui pobre carbonero, me dejaste vivir tantos años y, ahora, en cuanto he tenido unos cortos días de felicidad, ¿vienes en mi busca?

-¿No me dijiste tú que yo era igual con todos, con los ricos y pobres, lo mismo con los grandes como con los pequeños? Como ahora es tu vez, tienes que venir conmigo.

-Te ruego que, en recompensa del favor que te hice aquella noche en la cabaña, me des tiempo para rezar Padre Nuestro y Ave,Maria

-Eso lo tendrás, pero luego estáte alerta.

El carbonero rezó, sí, el Padrenuestro, pero el Avemaría no la rezó en muchos días. La Muerte no sabía qué partido tomar y, después de algún tiempo, se colgó de una rama de roble del bosque, como si estuviera ahorcada. Viendo el carbonero muerta a la Muerte, rezó muy contento el Avemaría. Entonces la Muerte, levantando la cabeza, le dijo:

-Eres mío -y lo llevó consigo.

Terminamos este recorrido por el tema de la muerte con uno de los más originales cuentos españoles, verdaderamente sorprendente por su profundo simbolismo y agudeza, pues, con un sano sentido de la realidad, presenta la necesidad del hecho natural de la muerte que, por tanto, no es ya la Gran Enemiga, sino la mantenedora del equilibrio de la vida.

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