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Discrepancias en el tiempo

diciembre 4, 2002

Al girar la cabeza por un instante, se encontró de frente con su pasado que le llamaba. Estaba pálido y demacrado. Parecía un pasado hambriento, colmado de arrugas en la piel. Él se le quedó mirando fijamente, interrogándole con la mirada y demostrándole abiertamente su enojo. Su pasado agachó la cabeza y comenzó a llorar en silencio. Las lágrimas caían a raudales por su rostro blanquecino. Él se sacó un pañuelo del bolsillo del pantalón y se las secó.

– Anda, deja ya de llorar. Vas a lograr deprimirme hoy también.
– Lo siento. Hoy estoy melancólico.
– Pues alégrate o tendré que abandonarte como a un perro.

Continuó su periplo por la avenida, intentando distraer al presente que andaba desorientado a pocos metros. No quería volver la vista atrás. Oía los pasos lánguidos de su pasado tras él como un autómata y la verdad es que no tenía ganas de perder el poco ánimo que le quedaba consolándolo. Se distrajo mirando los escaparates que pasaban a su lado, anunciando objetos de todo tipo para el consumo del ciudadano.
A su presente le encantaba contemplar escaparates. Le gustaba admirar la ropa deportiva que vestían maniquíes de ojos fríos, pero sobre todo, se quedaba embelesado ante las tiendas de teléfonos móviles. Era un presente moderno. Siempre quería ir en vanguardia. Le gustaba vestir bien para atraer las miradas sobre él. Cada mañana, delante del espejo del cuarto de baño se arreglaba el cabello con parsimonia militar. Era un presente coqueto, tremendamente narcisista y orgulloso de serlo.

Las farolas callejeras comenzaron a funcionar sin previo aviso. Estaba anocheciendo. Él miró su reloj de pulsera pero no le sirvió para nada. Se había parado de nuevo. Nunca se acordaba de comprar pilas de repuesto y cuando menos lo esperaba perdía el marcapasos temporal que le dictaba lo que tenía que hacer en cada momento. Ahora tendría que preguntarle la hora a cualquiera que pasara a su lado, con lo incómodo que le resultaba tener que pedir nada a nadie. No era de esos. De hecho, era consciente de que tampoco tenía trabajo por no pedirlo. Su orgullo se lo impedía. Aún vivía gracias al cordón umbilical de su madre y seguiría así si su futuro no lo evitaba.

Tenía un futuro muy discreto, reservado y misterioso. Su futuro caminaba tan delante que apenas podía distinguirlo entre la multitud. A él le fastidiaba que fuera un futuro frío, tan poco cariñoso. Realmente, nada tenía que ver con su pasado, que era demasiado mimoso y contemplativo; ni con su presente, que andaba despistado todo el día inventándose fantasías en las que encajar. No, su futuro era diferente. En ocasiones, hasta era capaz de reírse de él a carcajadas, con su mirada altiva y los brazos cruzados. Además, era un futuro poco cuidadoso con su figura. Siempre iba desnudo y sin afeitar. En las escasas veces que lograba dirigirle la palabra, le decía que no tenía nada que ponerse, que prefería ir sin vestimenta y mostrarse como realmente era. Ciertamente, se trataba de un futuro demasiado excéntrico para él y ello le molestaba. No había largas conversaciones entre ambos en las madrugadas, como con su triste pasado o con el presumido de su presente. Con él no había manera de llevarse bien, aunque tampoco le importaba. Él sabía que nunca estaría a su lado, codo con codo, como con el presente, por lo que le daba igual ese distanciamiento.
Torció la avenida principal y se dirigió con pasos firmes hacia la casa de su madre. Era casi la hora de cenar y empezaba a tener hambre. Se sentía cansado de tanto hastío. Le dolían las ganas y no tenía interés por pensar en nada.

Volvió de nuevo la mirada hacia atrás y allí seguía su pasado, justo detrás de él pisándole los talones, llorando como un niño recién nacido. Se volvió una vez más y le increpó:

– Mira, me tienes cansado. Estoy harto de tu mala cara. Haz el favor de dejar de llorar. Estás empezando a deprimirme.

– Lo siento. No puedo evitarlo.
– Pero ¿qué te pasa ahora?
– Me da pena quedarme solo.
– No seas tonto, nunca estarás sólo, ya lo sabes. Deja de lloriquear o tendré que pegarte una buena paliza. Sabes que te tengo ganas.

Al momento continuó su itinerario en aquella tarde ocre de septiembre. Su presente andaba esperando que el semáforo cambiara de tonalidad y se colocó a su lado. No podía dejar de darle vueltas a lo mismo. Cada vez le resultaba más insoportable el pasado. Tendría que buscar alguna solución. Estaba cansado de soportarlo día tras día y noche tras noche.

El disco se puso verde cristalizado y cruzó la calle. Ni él ni su presente vieron acercarse aquel coche con matrícula ininteligible. Pasó como un rayo. El conductor tenía prisa y ni siquiera paró tras sentir el golpe. Mejor no mirar qué clase de bulto se había precipitado contra su parachoques. No tenía necesidad de buscarse más problemas de los precisos y menos con su aseguradora. Sin pensarlo dos veces, continuó su trayectoria sin inmutarse.

Él se quedó inmóvil en medio del asfalto. No sentía nada. Sólo era capaz de oír un murmullo distante y cada vez más lejano. Su sangre oscura empezó a mezclarse con la de su presente. Los dos dejaron de respirar al mismo tiempo. Entre tanto, su pasado no paraba de llorar. Sentado en el bordillo de la acera, con las manos escuálidas sobre el rostro demacrado, comenzó a gemir más y más fuerte. Se había quedado sólo. Era consciente de que ya nadie cuidaría de él. Ahora tan sólo sería un pasado sin dueño abandonado en la calle cincuenta y tres.

Cuando llegaron los municipales, colocaron una sábana sobre el cuerpo de aquel viandante recién jubilado. Llamaron inmediatamente al juez de guardia para proceder al levantamiento del cadáver, aunque el atropellado permaneció tirado en la calle más de una hora. Los problemas burocráticos también intervienen en el más allá. Todo se realizó según las ordenanzas establecidas. La ambulancia retiró el cuerpo sin vida y se lo llevaron al tanatorio, donde nadie le esperaba. La calle recobró su misión de tránsito. Los automóviles no podían seguir frenados por más tiempo. Sin embargo, había un detalle desconcertante: un abundante río de agua que nacía desde la acera y que quedaba fuera de toda lógica. Nadie se lo explicaba. Quizá se acababa de romper alguna cañería en la zona. Las fuerzas del orden dieron parte al servicio municipal de aguas y archivaron el caso.

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