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Contraluz

diciembre 4, 2002

«Al llegar a mi casa, y precisamente en el momento de abrir la puerta, me vi salir. Intrigado, decidí seguirme». Me fui derecho al «Marfil», adónde si no, a tomar la primera copa, pero a decir verdad, aquella copa ya no sería la primera, ni tan siquiera la segunda, tal vez fuera la quinta o la sexta, vaya usted a saber, había perdido la cuenta; los absurdos de mi vida, no son, precisamente, de índole cuantitativa. Lo que sí recuerdo con nitidez es que la noche era densa, como aplastada, las esquinas de una luna equinoccial favorecían mis pesquisas, un perro sabueso no se habría entregado como yo me entregué al rastreo de mis propias huellas. Me seguí de cerca, taimada, astutamente; a contraluz las farolas me beneficiaban y el aire soplaba respaldándome, una calle me llevó a la otra y esta otra a la siguiente.

Aunque evité el cara a cara, el cuerpo a cuerpo, todo el tiempo anduve pisándome los talones. Hubo un momento en que llegué a sospechar que sospechaba, miraba de reojo, sentía como si mi propia sombra me pesara. En un garito de mala muerte de los que tengo por costumbre frecuentar, a punto estuve de coincidir con mis propios ojos… me esquivé como pude, más que nada por la fobia que le tengo al vacío.

Di tantas vueltas esa noche, enredándome en amores que fueron como arañazos… y acabé como acabo siempre, con los pies helados y el corazón en un puño… Era de esperar que tampoco esa noche estuviera a la altura de las circunstancias.
Luego, al volver a mi casa y, precisamente en el momento de abrir la puerta, me he visto salir otra vez, he desistido de seguirme, para qué, si de sobra conozco mis costumbres.

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