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Celos

diciembre 4, 2002

1. 1. Madrid. Puerta del Sol. 8 de la mañana del jueves 13 de febrero del 2003. Hace un frío que cala hasta los huesos, a pesar de la bufanda, abrigo, guantes y gorro que llevo puestos. ¡Joder, qué ganas tengo de que llegue San Isidro! Prefiero estar alérgico que helado de frío. Total, las alergias se parecen al frío. Por mucho que te prepares contra ellos siempre se mete algo por alguna rendija. El frío y el polen.

Me dirijo a mi trabajo, que está bastante cerca de casa. Menos mal, porque sacar el coche en Madrid a estas horas de la mañana se convierte en una odisea espacial que nada tiene que envidiarle a La guerra de las galaxias. Entro en el zaguán de mi empresa y me dirijo a mi despacho u oficina, que en esto no voy a discutir. Saludo al portero, que me contesta con una sonrisa de oreja a oreja, y es cosa de agradecer pues es un hombre que tiene siempre, hasta a esas horas, un humor inmejorable. Me cruzo por el pasillo con varios compañeros que me saludan y les devuelvo la cortesía. Por fin, llego a mi dependencia y entro. Me quito la pelliza y los objetos supletorios y los cuelgo en el perchero. Tomo posesión de mi asiento y tras una breve pausa decido comenzar el trabajo por donde lo dejé el día anterior. La verdad es que me da pereza porque no es fácil el caso. Bueno, creo que a estas alturas, es mejor decirles que trabajo en uno de los mejores bufetes de abogados de Madrid. Diez años desde que se fundó y ocho al servicio del mismo y, aún, no se ha perdido un juicio y eso que ha pasado por nuestras manos de todo. Separaciones matrimoniales, robos a gran escala, tráfico de drogas, yo que sé…

Pero este caso es algo diferente. Me lo han endiñado a mí y no sé cómo me las voy a ingeniar, porque lo veo muy crudo y lo que me jode es ser yo el primero en perder un juicio en mi empresa. Pero, bueno, supongo que alguien tendrá que romper el hielo. Abro la carpeta y empiezo a ojear los primeros folios y alguien golpea en la puerta. Abre, entra y pregunta: -“¿Has leído ya los periódicos del día?”- Levanto la cabeza y veo que es mi amigo de toda la vida, Ángel García. -¡Eh, ¿qué pasa? ¿Es que no te han enseñado en Barrio Sésamo a dar los buenos días?- pregunto, -¡Joder, que falta de educación, macho!- Mi amigo, entonces, en uno de sus típicos arrebatos, vuelve a salir y cierra la puerta tras de sí. Me quedo mirándolo a través del cristal –perplejo, porque de él se puede esperar cualquier cosa- de la misma y llama con los nudillos. Abre, entra de nuevo y me dice muy socarronamente: -¡Hola, Sr. López! ¡Buenos días, Sr. López! ¿Qué tal todo? ¿Ha pasado usted buena noche, señor López?”- Me echo a reír y lo mando a tomar por donde amargan los pepinos, pero él hace caso omiso y me invita a tomar un café. -¡Anda, vamos. Que te voy a contar lo que dicen los periódicos de alguien que conoces muy bien!- -¿Yo?- pregunto desconcertado. -¡Sí, tú!- me contesta. Llegamos hasta la sala de la máquina del café y, ambos, sacamos uno sólo bien cargado.

Creo que nos va a hacer falta. –“Bien Angelito, estoy esperando que me digas lo que, parece ser, tengo que saber”- le digo mientras meto el morro en el vaso para tomar el primer trago de café. –“¡Bueno, en realidad es que no sé cómo empezar! Es demasiado complicado.- me dice mi amigo mientras se pone nervioso y no sabe para dónde mirar. Noto cómo empieza a sudar, si bien dentro del edificio la calefacción no ha tenido tiempo de calentarlo todo. No sé, pero noto cómo si lo que fuera a decir tuviera algo que ver conmigo. Con él, siempre tengo esa sensación; bueno más que sensación es seguridad. Lo sé por experiencia. –“Pues macho no tenemos toda la mañana, yo por lo menos. Así es que dispara ya si vas a contarme algo y si no, no haber encendido la mecha por que ya estoy en ascuas”!- De repente, se queda mirándome a los ojos fijamente y, como si le fuera la vida en ello, me dice muy deprisa, tanto que me costó entender lo que dijo:

“¡Mar y yo hemos cortado!” (Mar es la abreviatura de Margarita, que es su novia y con la que vive desde hace un par años). -“¿Cómo que has cortado con Mar? ¿Qué ha ocurrido?”- ¡Nada, coño! Todo por mi culpa. Estoy liado con otra y anoche se lo dije. Joder, tío, la he cagado!

–Normal- le contesto. -¿Qué quieres, que te de un morreo? – Entonces, me mira desesperado y veo una pregunta de desesperación y desconcierto en sus ojos: ¿Qué hago?

2. 2. Son aproximadamente las 10.45 horas de la mañana y suena el timbre de la puerta. Mar llega hasta ella y observa por la mirilla. Es Laura, mi novia, que conocí con veinte años y con la que llevo viviendo cuatro. Las dos, Mar y Laura, son amigas desde la infancia y se conocen mejor que nadie. Mar abre y saluda desganada. –“¡Hola, Laura! Pasa. ¿Te puedo ofrecer… no sé, un café, un té, un algo?”- “¡Oye, Margaret! ¿Qué ocurre? ¿Has tenido mala noche? Vaya cara, tía. Parece que acabaras de ver al mismo diablo.”- Mar se quedó mirando fijamente a Laura y rompió a llorar, mientras la primera le echaba los brazos encima a la segunda. Entonces, después de algunas lágrimas, Mar se decide a hablar, pero de qué manera. Estaba histérica perdida.“Laura, Laura. A ese que tu dices, al mismo diablo, lo eché anoche de casa por cabronazo”. ¡Qué desgraciado! Bien me la ha jugado, el muy cabrón”. Estuve 1 año saliendo con él, otros 2 viviendo juntos, bajo el mismo techo, acostándonos juntos, en esa misma cama –señala la habitación- y el muy animal me dice anoche que me deja, que tiene otra, que ya no siente nada por mí. ¿Pero cómo puede dejar de sentir algo por mí para dárselo a otra mujer que, simplemente, tiene lo mismo que yo? Si me hubiera dicho que me deja por un hombre, bueno por un marica, lo hubiera entendido mejor.

Otro, ¡¡¡… ejem… !!!, bueno, ya me entiendes, hombre, puede darle lo que yo no tengo. Pero… ¿por otra mujer? Si otra tiene lo mismo que yo… ¿cómo ha podido?” Nuevas lágrimas y plañimientos encima del hombro de Laura, quien se muestra, además de “preocupada”, un tanto nerviosa. “Pero… Mar. Vamos a ver. ¿Qué es eso de que Ángel te ha dejado por otra? ¿Estamos hablando del mismo Ángel, el que conocemos tú y yo, Ángel García, más comúnmente conocido como El tigre bengalí? ¿Te ha dejado por otra Ángel? Pero eso no puede ser. ¿Cómo te va a dejar Ángel por otra? – ¡Que sí, que sí! Que ese mamonazo me la ha jugado. El muy cabrón. – contestó Mar.- ¿Te lo imaginas en la cama con otra? Yo sí me lo imagino. ¡Dios mío… haciendo el amor con otra!

3. 3. 13.30 horas del día 13 de febrero del 2003. Salgo del despacho de mi jefe después de tener una larga charla con él y de intentar convencerle de que el caso que me ha encargado lo perdemos. ¡Qué cabezón es el pobre! Supongo que es como todos los jefes, pero me da la sensación de que no hay otro igual. Voy a mi despacho y dejo la carpeta encima de mi mesa y tomo mi chaqueta. Me dirijo al despacho de Ángel y llamo a la puerta. Me dice con voz apagada que pase y así lo hago. Lo noto cansado y no precisamente por el agobio de trabajo que tiene. Siempre su cometido en nuestra empresa se ha limitado a recurrir multas de tráfico, cosa fácil para él y para los demás. Tomo asiento y me lo quedo mirando. Está enfrente del ordenador, terminando un pliego de descargo. –“¿Qué tal la mañana, Ángel?”- le pregunto preocupado. –“Pues te puedes imaginar. Echo un lío. Agobiado. Cabreado. No sé.”- Pues ¿qué quieres que te diga, chico? –le digo- Podrías contarme algo más. Por ejemplo si conozco yo a… bueno, la otra. No sé, cualquier cosa. No lo digo con segundas. Te lo digo por si la conozco y quieres que hable con ella para ayudar o intentar solucionar algo. O, mejor, si quieres puedo hablar con Mar o decírselo a Laura para que hable con ella, no sé. La verdad es que es un problema. ¡Joder macho, es que no sé como se te ocurre! Mira que ya tuvimos nuestra época de machotes y, cuando decidimos ambos formalizar relaciones, dijimos que aquello se acabó. Nos enamoramos cada uno de nuestras chicas, tú de Mar y yo de Laura, y aquellas correrías que tuvimos de adolescentes se acababan en aquél momento. Y tú vuelves a las andadas. Hombre, bien es verdad que hay por ahí cada pettit suisse que te dan ganas de meterle de todo menos miedo y dinero en el banco, pero macho, ¡haz lo que los demás! Te aguantas y las pagas con Mar.- Sí, pero … –contesta- Mejor no hagas ni digas nada. Ya veré cómo salgo de esta. He salido de situaciones peores y mira lo hermoso que estoy. ¿No voy a salir de ésta, con la cantidad de mujeres que hay por ahí?- Sí –le digo- Esa es la mejor manera de pensar. Cómo no consigo esto, voy a por estotro. Eso, en mi pueblo que es el tuyo, se llama refrán y, como todos los refranes, trabaja. A rey muerto, otro en su puesto, dice el viejo aforismo.

Vamos, Ángel, hijo, que ya tenemos cada uno los treinta. ¿Es esa forma de pensar? Para ese plan de pelotas, no haberte comprometido con Mar. ¿Se merece ella esto?

4. 4. 14.00 horas del día de marras. Llego a casa, cuelgo los archenes en el perchero y alzó un poco la voz para llamar a Laura. Al fondo del pasillo la oigo, me dice que está en la cocina. Llego hasta ella y está de espaldas a la puerta. Pongo mis manos en su cintura y la beso en el cuello. ¡UUUmmm… se vuelve loca cada vez que le hago eso! ¿Qué tal el día, cariño? – me pregunta. ¡Bueno, normal, peleándome con mi jefe, que pretende que gane un juicio imposible! – contesto. ¿Has hablado con Mar o la has visto? – le pregunto. ¡Sí! Y esta hecha polvo.

¿Y tú? ¿Has visto a Ángel? ¡Sí! – le digo. – Y supongo que Mar te habrá contado lo mismo que él a mí- Entonces, en ese momento, a Laura se le cae de la mano un tenedor. La miro y está como nerviosa. -¿Qué pasa? ¿Te ocurre algo? – No – contesta.- No es nada, es que se me ha escurrido. Tengo las manos mojadas y… bueno, ya sabes.- Pues sí –sigo diciendo- parece ser que Angelito es un semental y tiene otra. Otra mujer, quiero decir. Y no sé. La verdad es que no sé qué pensar con este muchacho. Tampoco Mar se lo merece. ¿Tú qué pensarías o qué harías si yo te dijera que tengo otra?- Laura, entonces, deja de preparar la ensalada, suelta los trastos de las manos y comienza a llorar mientras se apoya en la encimera de la cocina. –Oye, – le digo – que es broma. Que no tengo a nadie más que a ti. – Me voy hacia ella, la tomó entre mis brazos y recosta su cabeza en mi hombro izquierdo. -¡Pero yo sí!- contesta. –Yo sí tengo a otro, hay alguien más en mi vida y no puedo seguir callada durante más tiempo. Bastante lo he hecho ya!- Se incorpora de mi hombro y se me queda mirando fijamente a los ojos. Los suyos están llenos de lágrimas. -¿Cómo? ¿Qué es lo que me estás diciendo? ¿Tú, tienes tú a otro? Pero… Laura.

¿Estás bromeando, verdad? Tú no puedes tener a otro. Yo te doy todo lo que un hombre te puede dar. Tenemos nuestro piso propio. ¿Te acuerdas del trabajo que nos costó encontrarlo y adecuarlo a nuestras necesidades, tanto económicas como laborales? Por lo demás, tenemos una vida sana. Nos llevamos bien, practicamos sexo con regularidad, igual que podrías hacer con otro hombre. Te he comprado un regalo para mañana, que es San Valentín. No entiendo por qué dices eso.- Sí – contesta – Ya sé que no tengo perdón de Dios, pero ya no puedo aguantar más. Hace tres meses, aproximadamente, que estoy con otro y ya no te lo puedo ocultar por más tiempo. Ya no puedo hacerte más daño. Lo siento. Espero que lo comprendas. Lo siento y lo siento mil veces.- Vuelve a romper en lágrimas y la suelto de mis brazos. Ya no sé qué pensar. Parece todo tan real. Al fin decido hablar, bueno, más que una decisión es un poder, porque hasta ese momento tenía un nudo en la garganta que no me dejaba hablar. –Bueno, me vas a decir, por lo menos, quién es. ¿Lo conozco, al menos? – Sí –contesta- Sí lo conoces. Ángel, se llama Ángel. Ángel García. Tú amigo de toda la vida. Ese mismo es. No tengo perdón de Dios.

Perdóname. ¿Sabrás hacerlo? ¿Podrás hacerlo? No lo hagas si no quieres. Tampoco lo merezco.- al oír esto, me agarro a una silla porque las piernas empezaron a temblarme. Un frío sudor recorrió todo mi cuerpo, desde la cabeza hasta los pies, pasando por la espalda. No supe qué hacer ni qué decir. Me senté en la silla. Metí mi cabeza entre mis manos y empecé a renegar a voz en grito de Dios y de Laura. Me armé de fuerzas y de valor y me levanté. Me dirigí a ella y, sin pensarlo dos veces ni con reparo alguno, le pegué, le empujé, la amenacé de muerte con un cuchillo mientras le gritaba preguntándole qué había visto en Ángel García que no tuviera yo. Cogí mi chaqueta del perchero y me la puse. Salí a la calle en busca de ese cabrón. Me dirigí a su casa. Como vivía en la otra punta de la ciudad, tardé bastante en llegar. Cuando llegué mi amigo y su novia estaban sobre aviso. Laura los había llamado a ellos y a la policía. Mar me abrió la puerta. Entré desesperado y comencé a buscarlo por toda la casa. Al fin, estaba allí, en el salón, sentado en el sofá. En cuanto lo vi, me dirigí a él furioso mientras que le preguntaba: – ¿Qué has hecho cabrón? Has traicionado mi amistad y mi honra y lo que es peor, has mancillado mi nombre y el de Laura. Y también el de Mar. Cabrón. Ven aquí y ten cojones para defenderte como los has tenido para acostarte con Laura.- Mar llegó al salón nerviosa, no sabía qué hacer. Me la quedé mirando y le pregunté: ¿Te lo ha dicho? ¿Te ha dicho ya que se acuesta con tu mejor amiga, con Laura? Matar, eso es. Los tengo que matar a los dos.- Me fui hacia él y lo cogí del cuello. Se lo apreté con todas mis fuerzas hasta que dejó de moverse y cayó inerte al suelo. Hasta entonces pataleaba, intentaba defenderse y quitarme las manos de su cogote, pero no pudo. Una fuerza que hasta entonces desconocía de mi propia persona, lo impedía. Mar, en tanto, me gritaba que si estaba loco, que qué estaba haciendo. Cuando lo vi de caer al suelo muerto, me fui. Salí de la casa y me dirigí a la mía.

Cuando llegué estaba allí la madre de Laura intentando consolarla. Nunca jamás se me pasó por la imaginación maltratar a una mujer pues una mujer fue mi madre, pero una mujer me había traicionado y todo me importaba nada. Estaba como loco, poseído por una fuerza superior a la mía propia. No sabía lo que estaba haciendo. La madre de Laura comenzó a gritar y recuerdo que le dije que llamara a la policía antes de que hiciera alguna masacre. Se fue al salón, asustada, y así lo hizo. En tanto, me quedé solo con Laura. Me miraba llorosa y me repetía que me estuviera quieto, que no hiciera locuras. Ella era la culpable y lo quería pagar pero que no la maltratara. No la podía oír. No sé como podía estar así. Me fui hacia ella y le pegué varias veces. En una de ellas cayó al suelo y, durante la caída, su pequeña cabeza se dio contra la mesa. Cayó al suelo muerta. Se desnucó. Me arrodillé ante su cadáver y comencé a llorar, creo que en ese momento me volvió la lucidez. Un pequeño charco de sangre apareció debajo de su cabeza. Y entonces comenzaron a oírse las sirenas de la policía. Me senté en el suelo y esperé que llegaran los agentes que aparecieron enseguida. Me levantaron del suelo y me esposaron las manos a las espaldas mientras me decían lo de siempre, tiene usted derecho a permanecer en silencio, cualquier cosa que diga o haga se utilizará en su contra, etc. Etc. Etc.

5. 5. 28 de marzo del año 2003. Ha pasado mes y medio desde el día de marras y estoy internado en un psiquiátrico. Todo fue muy rápido. Soy abogado y jamás he visto cómo la justicia ha llevado un caso tan aprisa. A lo mejor es por eso, por ser abogado por lo que mi jefe se ha dado tanta prisa en solucionar el tema. Por eso y porque su mujer era pariente lejana de Laura, supongo. Digo que ha pasado mes y medio, poco más o menos, desde aquel fatídico día y me pregunto porqué hice aquello. Me pregunto qué especialista sabrá explicarme lo que me pasó por la cabeza aquél 13 de febrero del 2003. Yo no lo sé y quiero saberlo porque es curioso. Y precisamente quiero saberlo porque me ha tocado vivir en mis propias carnes lo que, en condiciones normales, me hubiera tocado defender en un juicio. Sí. Aquél que tan claro veía que iba a perder. Aquél que me tocó discutir con mi jefe para que me lo cambiara. Para que se lo diera a otro porque yo me veía sin fuerzas e indefenso para sacarlo adelante. Un sujeto que maltrataba a su mujer porque ésta, decía, se la pegaba con otro. No sé, ni ya me interesa saberlo, si aquella mujer se la pegaba con otro. Y ¡qué cosas tiene la vida! Acabó como el que lo iba a defender. Matándola. A ella y su unigénito hijo. No sé ya, digo, si aquello es verdad. Yo sólo sé que en mi caso sí me la pegaba con otro. Con mi mejor amigo. Con el que conocí en la escuela, con cuatro años, y con el que tenía plena y entera confianza. Ahora solo me quedan por delante quince largos años para recapacitar sobre lo ocurrido y darle un nuevo rumbo a mi vida, cuando salga de aquí.

6. 6. 1 de abril del 2003. El carcelero se aproxima a mi celda para decirme que tengo visita. Mar, la única superviviente junto conmigo, ha querido verme para decirme que Laura estaba embarazada cuando la maté. Así lo refleja el resultado de la autopsia. Solo que no va a poder decírmelo porque el carcelero me ha encontrado colgado en una viga de mi celda. En el suelo, justo donde señalan mis inertes pies, una carta en la que cuento mi historia y en la que pido perdón a la madre de Laura y a Mar, está mojada con la humedad de las lágrimas que mis ojos han vertido antes de colgarme de la viga.

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